Baltasar Gracián: |
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Oráculo
manual y arte de prudencia (Huesca,
Juan Nogués, 1647). Edición
de Emilio Blanco. AL
LECTOR Ni
al justo leyes, ni al sabio consejos; pero ninguno supo bastantemente para
sí. Una cosa me has de perdonar y otra agradecer: el llamar Oráculo
a este epítome de aciertos del vivir, pues lo es en lo sentencioso
y lo conciso; el ofrecerte de un rasgo todos los doce Gracianes,
tan estimado cada uno, que El Discreto apenas se vio en España
cuando se logró en Francia, traducido en su lengua e impreso en
su Corte. Sirva éste de memorial a la razón en el banquete
de sus sabios, en que registre los platos prudenciales que se le irán
sirviendo en las demás obras para distribuir el gusto genialmente. 1.
Todo
está ya en su punto, y el ser persona en el mayor. Más
se requiere hoy para un sabio que antiguamente para siete; y más
es menester para tratar con un solo hombre en estos tiempos que con todo
un pueblo en los pasados.
2.
Genio
e ingenio. Los dos ejes del lucimiento de prendas: el uno sin el otro,
felicidad a medias. No basta lo entendido, deséase lo genial. Infelicidad
de necio: errar la vocación en el estado, empleo, región,
familiaridad. 3.
Llevar
sus cosas con suspensión. La admiración de la novedad
es estimación de los aciertos. El jugar a juego descubierto ni es
de utilidad ni de gusto. El no declararse luego suspende, y más
donde la sublimidad del empleo da objeto a la universal expectación;
amaga misterio en todo, y con su misma arcanidad provoca la veneración.
Aun en el darse a entender se ha de huir la llaneza, así como ni
en el trato se ha de permitir el interior a todos. Es el recatado silencio
sagrado de la cordura. La resolución declarada nunca fue estimada;
antes se permite a la censura, y si saliere azar, será dos veces
infeliz. Imítese, pues, el proceder divino para hacer estar a la
mira y al desvelo. 4.
El
saber y el valor alternan grandeza. Porque lo son, hacen inmortales;
tanto es uno cuanto sabe, y el sabio todo lo puede. Hombre sin noticias,
mundo a oscuras. Consejo y fuerzas, ojos y manos: sin valor es estéril
la sabiduría. 5.
Hacer
depender. No hace el numen el que lo dora, sino el que lo adora: el
sagaz más quiere necesitados de sí que agradecidos. Es robarle
a la esperanza cortés fiar del agradecimiento villano, que lo que
aquella es memoriosa es éste olvidadizo. Más se saca de la
dependencia que de la cortesía: vuelve luego las espaldas a la fuente
el satisfecho, y la naranja exprimida cae del oro al lodo. Acabada la dependencia,
acaba la correspondencia, y con ella la estimación. Sea lección,
y de prima en experiencia, entretenerla, no satisfacerla, conservando siempre
en necesidad de sí aun al coronado patrón; pero no se ha
de llegar al exceso de callar para que yerre, ni hacer incurable el daño
ajeno por el provecho propio. 6.
Hombre
en su punto. No se nace hecho: vase de cada día perfeccionando
en la persona, en el empleo, hasta llegar al punto del consumado ser, al
complemento de prendas, de eminencias. Conocerse ha en lo realzado del
gusto, purificado del ingenio, en lo maduro del juicio, en lo defecado
de la voluntad. Algunos nunca llegan a ser cabales, fáltales siempre
un algo; tardan otros en hacerse. El varón consumado, sabio en dichos,
cuerdo en hechos, es admitido y aun deseado del singular comercio de los
discretos. 7.
Excusar
victorias del patrón. Todo vencimiento es odioso, y del dueño,
o necio, o fatal. Siempre la superioridad fue aborrecida, cuanto más
de la misma superioridad. Ventajas vulgares suele disimular la atención,
como desmentir la belleza con el desaliño. Bien se hallará
quien quiera ceder en la dicha, y en el genio; pero en el ingenio, ninguno,
cuanto menos una soberanía. Es éste el atributo rey, y así
cualquier crimen contra él fue de lesa Majestad. Son soberanos,
y quieren serlo en lo que es más. Gustan de ser ayudados los príncipes,
pero no excedidos, y que el aviso haga antes viso de recuerdo de lo que
olvidaba que de luz de lo que no alcanzó. Enséñannos
esta sutileza los astros con dicha, que aunque hijos, y brillantes, nunca
se atreven a los lucimientos del sol. 8.
Hombre
inapasionable, prenda de la mayor alteza de ánimo. Su misma
superioridad le redime de la sujeción a peregrinas vulgares impresiones.
No hay mayor señorío que el de sí mismo, de sus afectos,
que llega a ser triunfo del albedrío. Y cuando la pasión
ocupare lo personal, no se atreva al oficio, y menos cuanto fuere más:
culto modo de ahorrar disgustos, y aun de atajar para la reputación. 9.
Desmentir
los achaques de su nación. Participa el agua las calidades buenas
o malas de las venas por donde pasa, y el hombre las del clima donde nace.
Deben más unos que otros a sus patrias, que cupo allí más
favorable el cenit. No hay nación que se escape de algún
original defecto: aun las más cultas, que luego censuran los confinantes,
o para cautela, o para consuelo. Victoriosa destreza corregir, o por lo
menos desmentir estos nacionales desdoros: consíguese el plausible
crédito de único entre los suyos, que lo que menos se esperaba
se estimó más. Hay también achaques de la prosapia,
del estado, del empleo y de la edad, que si coinciden todos en un sujeto
y con la atención no se previenen, hacen un monstruo intolerable. 10.
Fortuna
y Fama. Lo que tiene de inconstante la una, tiene de firme la otra.
La primera para vivir, la segunda para después; aquella contra la
envidia, esta contra el olvido. La fortuna se desea y tal vez se ayuda,
la fama se diligencia; deseo de reputación nace de la virtud. Fue,
y es hermana de gigantes la fama; anda siempre por extremos, o monstruos,
o prodigios, de abominación, de aplauso. 11.
Tratar
con quien se pueda aprender. Sea el amigable trato escuela de erudición,
y la conversación enseñanza culta; un hacer de los amigos
maestros, penetrando el útil del aprender con el gusto del conversar.
Altérnase la fruición con los entendidos, logrando lo que
se dice en el aplauso con que se recibe, y lo que se oye en el amaestramiento.
Ordinariamente nos lleva a otro la propia conveniencia, aquí realzada.
Frecuenta el atento las casas de aquellos héroes cortesanos, que
son más teatros de la heroicidad que palacios de la vanidad. Hay
señores acreditados de discretos que, a más de ser ellos
oráculos de toda grandeza con su ejemplo y en su trato, el cortejo
de los que los asisten es una cortesana academia de toda buena y galante
discreción.
12.
Naturaleza
y arte; materia y obra. No hay belleza sin ayuda, ni perfección
que no dé en bárbara sin el realce del artificio: a lo malo
socorre y lo bueno lo perfecciona. Déjanos comúnmente a lo
mejor la naturaleza, acojámonos al arte. El mejor natural es inculto
sin ella, y les falta la mitad a las perfecciones si les falta la cultura.
Todo hombre sabe a tosco sin el artificio, y ha menester pulirse en todo
orden de perfección. 13.
Obrar
de intención, ya segunda, y ya primera. Milicia es la vida del
hombre contra la malicia del hombre, pelea la sagacidad con estratagemas
de intención. Nunca obra lo que indica, apunta, sí, para
deslumbrar; amaga al aire con destreza y ejecuta en la impensada realidad,
atenta siempre a desmentir. Echa una intención para asegurarse de
la émula atención, y revuelve luego contra ella venciendo
por lo impensado. Pero la penetrante inteligencia la previene con atenciones,
la acecha con reflejas, entiende siempre lo contrario de lo que quiere
que entienda, y conoce luego cualquier intentar de falso; deja pasar toda
primera intención, y está en espera a la segunda y aun a
la tercera. Auméntase la simulación al ver alcanzado su artificio,
y pretende engañar con la misma verdad: muda de juego por mudar
de treta, y hace artificio del no artificio, fundando su astucia en la
mayor candidez. Acude la observación entendiendo su perspicacia,
y descubre las tinieblas revestidas de la luz; descifra la intención,
más solapada cuanto más sencilla. De esta suerte combaten
la calidez de Pitón contra la candidez de los penetrantes rayos
de Apolo. 14.
La
realidad y el modo. No basta la sustancia, requiérese también
la circunstancia. Todo lo gasta un mal modo, hasta la justicia y razón.
El bueno todo lo suple: dora el no, endulza la verdad y afeita la
misma vejez. Tiene gran parte en las cosas el cómo, y es tahúr
de los gustos el modillo. Un bel portarse es la gala del vivir,
desempeña singularmente todo buen término. 15.
Tener
ingenios auxiliares. Felicidad de poderosos: acompañarse de
valientes de entendimiento que le saquen de todo ignorante aprieto, que
le riñan las pendencias de la dificultad. Singular grandeza servirse
de sabios, y que excede al bárbaro gusto de Tigranes, aquel que
afectaba los rendidos reyes para criados. Nuevo género de señorío,
en lo mejor del vivir hacer siervos por arte de los que hizo la naturaleza
superiores. Hay mucho que saber y es poco el vivir, y no se vive si no
se sabe. Es, pues, singular destreza el estudiar sin que cueste, y mucho
por muchos, sabiendo por todos. Dice después en un consistorio por
muchos, o por su boca hablan tantos sabios cuantos le previnieron, consiguiendo
el crédito de oráculo a sudor ajeno. Hacen aquellos primero
elección de la lección, y sírvenle después
en quintas esencias el saber. Pero el que no pudiere alcanzar a tener la
sabiduría en servidumbre, lógrela en familiaridad. 16.
Saber
con recta intención. Asegura fecundidad de aciertos. Monstruosa
violencia fue siempre un buen entendimiento casado con una mala voluntad.
La intención malévola es un veneno de las perfecciones y,
ayudada del saber, malea con mayor sutileza: (infeliz
eminencia la que se emplea en la ruindad! Ciencia sin seso, locura doble.
17.
Variar
de tenor en el obrar. No siempre de un modo, para deslumbrar la atención,
y más si émula. No siempre de primera intención, que
le cogerán la uniformidad, previniéndole, y aun frustrándole
las acciones. Fácil es de matar al vuelo el ave que le tiene seguido,
no así la que le tuerce. Ni siempre de segunda intención,
que le entenderán a dos veces la treta. Está a la espera
la malicia; gran sutileza es menester para desmentirla. Nunca juega el
tahúr la pieza que el contrario presume, y menos la que desea. 18.
Aplicación
y Minerva. No hay eminencia sin entrambas, y si concurren, exceso.
Más consigue una medianía con aplicación que una superioridad
sin ella. Cómprase la reputación a precio de trabajo; poco
vale lo que poco cuesta. Aun para los primeros empleos se deseó
en algunos la aplicación: raras veces desmiente al genio. No ser
eminente en el empleo vulgar por querer ser mediano en el sublime, excusa
tiene de generosidad; pero contentarse con ser mediano en el último,
pudiendo ser excelente en el primero, no la tiene. Requiérense,
pues, naturaleza y arte, y sella la aplicación. 19.
No
entrar con sobrada expectación. Ordinario desaire de todo lo
muy celebrado antes, no llegar después al exceso de lo concebido.
Nunca lo verdadero pudo alcanzar a lo imaginado, porque el fingirse las
perfecciones es fácil, y muy dificultoso el conseguirlas. Cásase
la imaginación con el deseo, y concibe siempre mucho más
de lo que las cosas son. Por grandes que sean las excelencias, no bastan
a satisfacer el concepto, y como le hallan engañado con la exorbitante
expectación, más presto le desengañan que le admiran.
La esperanza es gran falsificadora de la verdad: corríjala la cordura,
procurando que sea superior la fruición al deseo. Unos principios
de crédito sirven de despertar la curiosidad, no de empeñar
el objeto. Mejor sale cuando la realidad excede al concepto y es más
de lo que se creyó. Faltará esta regla en lo malo, pues le
ayuda la misma exageración; desmiéntela con aplauso, y aun
llega a parecer tolerable lo que se temió extremo de ruin. 20.
Hombre
en su siglo. Los sujetos eminentemente raros dependen de los tiempos.
No todos tuvieron el que merecían, y muchos, aunque le tuvieron,
no acertaron a lograrle. Fueron dignos algunos de mejor siglo, que no todo
lo bueno triunfa siempre; tienen las cosas su vez, hasta las eminencias
son al uso. Pero lleva una ventaja lo sabio, que es eterno; y si este no
es su siglo, muchos otros lo serán. 21.
Arte
para ser dichoso. Reglas hay de ventura, que no toda es acasos para
el sabio; puede ser ayudada de la industria. Conténtanse algunos
con ponerse de buen aire a las puertas de la fortuna y esperan a que ella
obre. Mejor otros, pasan adelante y válense de la cuerda audacia,
que en alas de su virtud y valor puede dar alcance a la dicha, y lisonjearla
eficazmente. Pero, bien filosofado, no hay otro arbitrio sino el de la
virtud y atención, porque no hay más dicha ni más
desdicha que prudencia o imprudencia. 22.
Hombre
de plausibles noticias. Es munición de discretos la cortesana
gustosa erudición: un práctico saber de todo lo corriente,
más a lo noticioso, menos a lo vulgar. Tener una sazonada copia
de sales en dichos, de galantería en hechos, y saberlos emplear
en su ocasión, que salió a veces mejor el aviso en un chiste
que en el más grave magisterio. Sabiduría conversable valioles
más a algunos que todas las siete, con ser tan liberales. 23.
No
tener algún desdoro. El sino de la perfección. Pocos
viven sin achaque, así en lo moral como en lo natural, y se apasionan
por ellos pudiendo curar con facilidad. Lastímase la ajena cordura
de que tal vez a una sublime universalidad de prendas se le atreva un mínimo
defecto, y basta una nube a eclipsar todo un sol. Son lunares de la reputación,
donde para luego, y aun repara, la malevolencia. Suma destreza sería
convertirlos en realces. De esta suerte supo César laurear el natural
desaire. 24.
Templar
la imaginación. Unas veces corrigiéndola, otras ayudándola,
que es el todo para la felicidad, y aun ajusta la cordura. Da en tirana:
ni se contenta con la especulación, sino que obra, y aun suele señorearse
de la vida, haciéndola gustosa o pesada, según la necedad
en que da, porque hace descontentos o satisfechos de sí mismos.
Representa a unos continuamente penas, hecha verdugo casero de necios.
Propone a otros felicidades y aventuras con alegre desvanecimiento. Todo
esto puede, si no la enfrena la prudentísima sindéresis. 25.
Buen
entendedor. Arte era de artes saber discurrir: ya no basta, menester
es adivinar, y más en desengaños. No puede ser entendido
el que no fuere buen entendedor. Hay zahoríes del corazón
y linces de las intenciones. Las verdades que más nos importan vienen
siempre a medio decir; recíbanse del atento a todo entender: en
lo favorable, tirante la rienda a la credulidad; en lo odioso, picarla. 26.
Hallarle
su torcedor a cada uno. Es el arte de mover voluntades; más
consiste en destreza que en resolución: un saber por dónde
se le ha de entrar a cada uno. No hay voluntad sin especial afición,
y diferentes según la variedad de los gustos. Todos son idólatras:
unos de la estimación, otros del interés, y los más
del deleite. La maña está en conocer estos ídolos
para el motivar, conociéndole a cada uno su eficaz impulso: es como
tener la llave del querer ajeno. Hase de ir al primer móvil, que
no siempre es el supremo, las más veces es el ínfimo, porque
son más en el mundo los desordenados que los subordinados. Hásele
de prevenir el genio primero, tocarle el verbo después, cargar con
la afición, que infaliblemente dará mate al albedrío. 27.
Pagarse
más de intensiones que de extensiones. No consiste la perfección
en la cantidad, sino en la calidad. Todo lo muy bueno fue siempre poco
y raro, es descrédito lo mucho. Aun entre los hombres, los gigantes
suelen ser los verdaderos enanos. Estiman algunos los libros por la corpulencia,
como si se escribiesen para ejercitar antes los brazos que los ingenios.
La extensión sola nunca pudo exceder de medianía, y es plaga
de hombres universales por querer estar en todo, estar en nada. La intensión
da eminencia, y heroica si en materia sublime. 28.
En
nada vulgar. No en el gusto. (Oh,
gran sabio el que se descontentaba de que sus cosas agradasen a los muchos!:
hartazgos de aplauso común no satisfacen a los discretos. Son algunos
tan camaleones de la popularidad, que ponen su fruición no en las
mareas suavísimas de Apolo, sino en el aliento vulgar. Ni en el
entendimiento, no se pague de los milagros del vulgo, que no pasan de espantaignorantes,
admirando la necedad común cuando desengañando la advertencia
singular. 29.
Hombre
de entereza. Siempre de parte de la razón, con tal tesón
de su propósito, que ni la pasión vulgar, ni la violencia
tirana le obliguen jamás a pisar la raya de la razón. Pero )quién
será este fénix de la equidad?, que tiene pocos finos la
entereza. Celébranla muchos, mas no por su casa; síguenla
otros hasta el peligro; en él los falsos la niegan, los políticos
la disimulan. No repara ella en encontrarse con la amistad, con el poder,
y aun con la propia conveniencia, y aquí es el aprieto del desconocerla.
Abstraen los astutos con metafísica plausible por no agraviar, o
la razón superior, o la de estado; pero el constante varón
juzga por especie de traición el disimulo; préciase más
de la tenacidad que de la sagacidad; hállase donde la verdad se
halla; y si deja los sujetos, no es por variedad suya, sino de ellos en
dejarla primero. 30.
No
hacer profesión de empleos desautorizados. Mucho menos de quimera,
que sirve más de solicitar el desprecio que el crédito. Son
muchas las sectas del capricho, y de todas ha de huir el varón cuerdo.
Hay gustos exóticos, que se casan siempre con todo aquello que los
sabios repudian: viven muy pagados de toda singularidad, que aunque los
hace muy conocidos, es más por motivos de la risa que de la reputación.
Aun en profesión de sabio no se ha de señalar el atento,
mucho menos en aquellas que hacen ridículos a sus afectantes, ni
se especifican, porque las tiene individuadas el común descrédito. 31.
Conocer
los afortunados, para la elección; y los desdichados, para la fuga.
La infelicidad es de ordinario crimen de necedad, y de participantes: no
ay contagión tan apegadiza. Nunca se le ha de abrir la puerta al
menor mal, que siempre vendrán tras él otros muchos, y mayores,
en celada. La mejor treta del juego es saberse descartar: más importa
la menor carta del triunfo que corre que la mayor del que pasó.
En duda, acierto es llegarse a los sabios y prudentes, que tarde o temprano
topan con la ventura. 32.
Estar
en opinión de dar gusto. Para los que gobiernan, gran crédito
de agradar: realce de soberanos para conquistar la gracia universal. Esta
sola es la ventaja del mandar: poder hacer más bien que todos. Aquellos
son amigos que hacen amistades. Al contrario, están otros puestos
en no dar gusto, no tanto por lo cargoso cuanto por lo maligno, opuestos
en todo a la divina comunicabilidad. 33.
Saber
abstraer, que si es gran lección del vivir el saber negar, mayor
será saberse negar a sí mismo, a los negocios, a los personajes.
Hay ocupaciones extrañas, polillas del precioso tiempo, y peor es
ocuparse en lo impertinente que hacer nada. No basta para atento no ser
entremetido, mas es menester procurar que no le entremetan. No ha de ser
tan de todos, que no sea de sí mismo. Aun de los amigos no se ha
de abusar, ni quiera más de ellos de lo que le concedieren. Todo
lo demasiado es vicioso, y mucho más en el trato. Con esta cuerda
templanza se conserva mejor el agrado con todos, y la estimación,
porque no se roza la preciosísima decencia. Tenga, pues, libertad
de genio, apasionado de lo selecto, y nunca peque contra la fe de su buen
gusto. 34.
Conocer
su realce rey: la prenda relevante, cultivando aquella, y ayudando
a las demás. Cualquiera hubiera conseguido la eminencia en algo
si hubiera conocido su ventaja. Observe el atributo rey, y cargue la aplicación:
en unos excede el juicio, en otros el valor. Violentan los más su
Minerva, y así en nada consiguen superioridad: lo que lisonjea presto
la pasión desengaña tarde el tiempo. 35.
Hacer
concepto. Y más de lo que importa más. No pensando se
pierden todos los necios: nunca conciben en las cosas la mitad; y como
no perciben el daño, o la conveniencia, tampoco aplican la diligencia.
Hacen algunos mucho caso de lo que importa poco, y poco de lo que mucho,
ponderando siempre al revés. Muchos, por faltos de sentido, no le
pierden. Cosas hay que se deberían observar con todo el conato y
conservar en la profundidad de la mente. Hace concepto el sabio de todo,
aunque con distinción cava donde hay fondo y reparo; y piensa tal
vez que hay más de lo que piensa, de suerte que llega la reflexión
adonde no llegó la aprehensión. 36.
Tener
tanteada su fortuna: para el proceder, para el empeñarse. Importa
más que la observación del temperamento, que si es necio
el que a cuarenta años llama a Hipócrates para la salud,
más el que a Séneca para la cordura. Gran arte saberla regir,
ya esperándola, que también cabe la espera en ella, ya lográndola,
que tiene vez y contingente, si bien no se le puede coger el tenor, tan
anómalo es su proceder. El que la observó favorable prosiga
con despejo, que suele apasionarse por los osados; y aun, como bizarra,
por los jóvenes. No obre el que es infeliz, retírese, ni
le dé lugar de dos infelicidades. Adelante el que le predomina. 37.
Conocer
y saber usar de las varillas. Es el punto más sutil del humano
trato. Arrójanse para tentativa de los ánimos, y hácese
con ellas la más disimulada y penetrante tienta del corazón.
Otras hay maliciosas, arrojadizas, tocadas de la yerba de la envidia, untadas
del veneno de la pasión: rayos imperceptibles para derribar de la
gracia, y de la estimación. Cayeron muchos de la privanza superior
y inferior, heridos de un leve dicho de estos, a quienes toda una conjuración
de murmuración vulgar y malevolencia singular no fueron bastantes
a causar la más leve trepidación. Obran otras, al contrario,
por favorables, apoyando y confirmando en la reputación. Pero con
la misma destreza con que las arroja la intención las ha de recibir
la cautela y esperarlas la atención, porque está librada
la defensa en el conocer y queda siempre frustrado el tiro prevenido. 38.
Saberse
dejar ganando con la fortuna. Es de tahúres de reputación.
Tanto importa una bella retirada como una bizarra acometida; un poner en
cobro las hazañas cuando fueren bastantes, cuando muchas. Continuada
felicidad fue siempre sospechosa; más segura es la interpolada,
y que tenga algo de agridulce, aun para la fruición. Cuanto más
atropellándose las dichas, corren mayor riesgo de deslizar y dar
al traste con todo. Recompénsase tal vez la brevedad de la duración
con la intensión del favor. Cánsase la fortuna de llevar
a uno a cuestas tan a la larga. 39.
Conocer
las cosas en su punto, en su sazón, y saberlas lograr. Las obras
de la naturaleza todas llegan al complemento de su perfección; hasta
allí fueron ganando, desde allí perdiendo. Las del arte,
raras son las que llegan al no poderse mejorar. Es eminencia de un buen
gusto gozar de cada cosa en su complemento: no todos pueden, ni los que
pueden saben. Hasta en los frutos del entendimiento hay ese punto de madurez;
importa conocerla para la estimación y el ejercicio. 40.
Gracia
de las gentes. Mucho es conseguir la admiración común,
pero más la afición; algo tiene de estrella, lo más
de industria; comienza por aquella y prosigue por esta. No basta la eminencia
de prendas, aunque se supone que es fácil de ganar el afecto, ganado
el concepto. Requiérese, pues, para la benevolencia, la beneficencia:
hacer bien a todas manos, buenas palabras y mejores obras, amar para ser
amado. La cortesía es el mayor hechizo político de grandes
personajes. Hase de alargar la mano primero a las hazañas y después
a las plumas, de la hoja a las hojas, que hay gracia de escritores, y es
eterna. 41.
Nunca
exagerar. Gran asunto de la atención, no hablar por superlativos,
ya por no exponerse a ofender la verdad, ya por no desdorar su cordura.
Son las exageraciones prodigalidades de la estimación, y dan indicio
de la cortedad del conocimiento y del gusto. Despierta vivamente a la curiosidad
la alabanza, pica el deseo, y después, si no corresponde el valor
al aprecio, como de ordinario acontece, revuelve la expectación
contra el engaño y despícase en el menosprecio de lo celebrado
y del que celebró. Anda, pues, el cuerdo muy detenido, y quiere
más pecar de corto que de largo. Son raras las eminencias: témplese
la estimación. El encarecer es ramo de mentir, y piérdese
en ello el crédito de buen gusto, que es grande, y el de entendido,
que es mayor. 42.
Del
natural imperio. Es una secreta fuerza de superioridad. No ha de proceder
del artificio enfadoso, sino de un imperioso natural. Sujétansele
todos sin advertir el cómo, reconociendo el secreto vigor de la
connatural autoridad. Son estos genios señoriles, reyes por mérito
y leones por privilegio innato, que cogen el corazón, y aun el discurso,
a los demás, en fe de su respeto. Si las otras prendas favorecen,
nacieron para primeros mobles políticos, porque ejecutan más
con un amago que otros con una prolijidad. 43.
Sentir
con los menos y hablar con los más. Querer ir contra el corriente
es tan imposible al desengaño cuanto fácil al peligro. Sólo
un Sócrates podría emprenderlo. Tiénese por agravio
el disentir, porque es condenar el juicio ajeno. Multiplícanse los
disgustados, ya por el sujeto censurado, ya del que lo aplaudía.
La verdad es de pocos, el engaño es tan común como vulgar.
Ni por el hablar en la plaza se ha de sacar el sabio, pues no habla allí
con su voz, sino con la de la necedad común, por más que
la esté desmintiendo su interior. Tanto huye de ser contradicho
el cuerdo como de contradecir, lo que es pronto a la censura es detenido
a la publicidad de ella. El sentir es libre, no se puede ni debe violentar;
retírase al sagrado de su silencio; y si tal vez se permite, es
a sombra de pocos y cuerdos. 44.
Simpatía
con los grandes varones. Prenda es de héroe el combinar con
héroes: prodigio de la naturaleza por lo oculto y por lo ventajoso.
Hay parentesco de corazones, y de genios, y son sus efectos los que la
ignorancia vulgar achaca bebedizos. No para en sola estimación,
que adelanta benevolencia, y aun llega a propensión: persuade sin
palabras, y consigue sin méritos. Hayla activa, y la hay pasiva;
una y otra felices, cuanto más sublimes. Gran destreza el conocerlas,
distinguirlas y saberlas lograr, que no hay porfía que baste sin
este favor secreto.
45.
Usar,
no abusar, de las reflejas. No se han de afectar, menos dar a entender.
Toda arte se ha de encubrir, que es sospechosa, y más la de cautela,
que es odiosa. Úsase mucho el engaño; multiplíquese
el recelo, sin darse a conocer, que ocasionaría la desconfianza;
mucho desobliga y provoca a la venganza, despierta el mal que no se imaginó.
La reflexión en el proceder es gran ventaja en el obrar: no hay
mayor argumento del discurso. La mayor perfección de las acciones
está afianzada del señorío con que se ejecutan. 46.
Corregir
su antipatía. Solemos aborrecer de grado, y aun antes de las
previstas prendas. Y tal vez se atreve esta innata vulgarizante aversión
a los varones eminentes. Corríjala la cordura, que no hay peor descrédito
que aborrecer a los mejores: lo que es de ventaja la simpatía con
héroes es de desdoro la antipatía. 47.
Huir
los empeños. Es de los primeros asuntos de la prudencia. En
las grandes capacidades siempre hay grandes distancias hasta los últimos
trances: hay mucho que andar de un extremo a otro, y ellos siempre se están
en el medio de su cordura; llegan tarde al rompimiento, que es más
fácil hurtarle el cuerpo a la ocasión que salir bien de ella.
Son tentaciones de juicio, más seguro el huirlas que el vencerlas.
Trae un empeño otro mayor, y está muy al canto del despeño.
Hay hombres ocasionados por genio, y aun por nación, fáciles
de meterse en obligaciones; pero el que camina a la luz de la razón
siempre va muy sobre el caso: estima por más valor el no empeñarse
que el vencer, y ya que haya un necio ocasionado, excusa que con él
no sean dos. 48.
Hombre
con fondos, tanto tiene de persona. Siempre ha de ser otro tanto más
lo interior que lo exterior en todo. Hay sujetos de sola fachada, como
casas por acabar, porque faltó el caudal: tienen la entrada de palacio,
y de choza la habitación. No hay en estos donde parar, o todo para,
porque, acabada la primera salutación, acabó la conversación.
Entran por las primeras cortesías como caballos sicilianos, y luego
paran en silenciarios, que se agotan las palabras donde no hay perenidad
de concepto. Engañan estos fácilmente a otros, que tienen
también la vista superficial; pero no a la astucia, que, como mira
por dentro, los halla vaciados para ser fábula de los discretos. 49.
Hombre
juicioso y notante. Señoréase él de los objetos,
no los objetos de él. Sonda luego el fondo de la mayor profundidad;
sabe hacer anatomía de un caudal con perfección. En viendo
un personaje, le comprehende y lo censura por esencia. De raras observaciones,
gran descifrador de la más recatada interioridad. Nota acre, concibe
sutil, infiere juicioso: todo lo descubre, advierte, alcanza y comprehende. 50.
Nunca
perderse el respeto a sí mismo. Ni se roce consigo a solas.
Sea su misma entereza norma propia de su rectitud, y deba más a
la severidad de su dictamen que a todos los extrínsecos preceptos.
Deje de hacer lo indecente más por el temor de su cordura que por
el rigor de la ajena autoridad. Llegue a temerse, y no necesitará
del ayo imaginario de Séneca.
51.
Hombre
de buena elección. Lo más se vive de ella. Supone el
buen gusto y el rectísimo dictamen, que no bastan el estudio ni
el ingenio. No hay perfección donde no hay delecto; dos ventajas
incluye: poder escoger, y lo mejor. Muchos de ingenio fecundo y sutil,
de juicio acre, estudiosos y noticiosos también, en llegando al
elegir, se pierden; cásanse siempre con lo peor, que parece afectan
el errar, y así este es uno de los dones máximos de arriba. 52.
Nunca
descomponerse. Gran asunto de la cordura, nunca desbaratarse: mucho
hombre arguye, de corazón coronado, porque toda magnanimidad es
dificultosa de conmoverse. Son las pasiones los humores del ánimo,
y cualquier exceso en ellas causa indisposición de cordura; y si
el mal saliere a la boca, peligrará la reputación. Sea, pues,
tan señor de sí, y tan grande, que ni en lo más próspero,
ni en lo más adverso pueda alguno censurarle perturbado, sí
admirarle superior. 53.
Diligente
e inteligente. La diligencia ejecuta presto lo que la inteligencia
prolijamente piensa. Es pasión de necios la prisa, que, como no
descubren el tope, obran sin reparo. Al contrario, los sabios suelen pecar
de detenidos, que del advertir nace el reparar. Malogra tal vez la ineficacia
de la remisión lo acertado del dictamen. La presteza es madre de
la dicha. Obró mucho el que nada dejó para mañana.
Augusta empresa, correr a espacio. 54.
Tener
bríos a lo cuerdo. Al león muerto, hasta las liebres
le repelan. No hay burlas con el valor: si cede al primero, también
habrá de ceder al segundo, y de este modo hasta el último.
La misma dificultad habrá de vencer tarde, que valiera más
desde luego. El brío del ánimo excede al del cuerpo: es como
la espada, ha de ir siempre envainado en su cordura, para la ocasión.
Es el resguardo de la persona: más daña el descaecimiento
del ánimo que el del cuerpo. Tuvieron muchos prendas eminentes,
que por faltarles este aliento del corazón, parecieron muertos y
acabaron sepultados en su dejamiento, que no sin providencia juntó
la naturaleza acudida la dulzura de la miel con lo picante del aguijón
en la abeja. Nervios y huesos hay en el cuerpo: no sea el ánimo
todo blandura. 55.
Hombre
de espera. Arguye gran corazón, con ensanches de sufrimiento.
Nunca apresurarse ni apasionarse. Sea uno primero señor de sí,
y lo será después de los otros. Hase de caminar por los espacios
del tiempo al centro de la ocasión. La detención prudente
sazona los aciertos y madura los secretos. La muleta del tiempo es más
obradora que la acerada clava de Hércules. El mismo Dios no castiga
con bastón, sino con sazón. Gran decir: "El Tiempo y yo,
a otros dos". La misma fortuna premia el esperar con la grandeza del galardón. 56.
Tener
buenos repentes. Nacen de una prontitud feliz. No hay aprietos ni acasos
para ella, en fe de su vivacidad y despejo. Piensan mucho algunos para
errarlo todo después, y otros lo aciertan todo sin pensarlo antes.
Hay caudales de antiparistasi, que, empeñados, obran mejor: suelen
ser monstruos que de pronto todo lo aciertan, y todo lo yerran de pensado;
lo que no se les ofrece luego, nunca, ni hay que apelar a después.
Son plausibles los prestos, porque arguyen prodigiosa capacidad: en los
conceptos, sutileza; en las obras, cordura. 57.
Más
seguros son los pensados. Harto presto, si bien. Lo que luego se hace,
luego se deshace; mas lo que ha de durar una eternidad, ha de tardar otra
en hacerse. No se atiende sino a la perfección y sólo el
acierto permanece. Entendimiento con fondos logra eternidades. Lo que mucho
vale, mucho cuesta, que aun el más precioso de los metales es el
más tardo y más grave. 58.
Saberse
atemperar. No se ha de mostrar igualmente entendido con todos, ni se
han de emplear más fuerzas de las que son menester. No haya desperdicios,
ni de saber, ni de valer. No echa a la presa el buen cetrero más
rapiña de la que ha menester para darle caza. No esté siempre
de ostentación, que al otro día no admirará. Siempre
ha de haber novedad con que lucir, que quien cada día descubre más,
mantiene siempre la expectación y nunca llegan a descubrirle los
términos de su gran caudal. 59.
Hombre
de buen dejo. En casa de la fortuna, si se entra por la puerta del
placer, se sale por la del pesar, y al contrario. Atención, pues,
al acabar, poniendo más cuidado en la felicidad de la salida que
en el aplauso de la entrada. Desaire común es de afortunados tener
muy favorables los principios y muy trágicos los fines. No está
el punto en el vulgar aplauso de una entrada, que esas todos las tienen
plausibles; pero sí en el general sentimiento de una salida, que
son raros los deseados. Pocas veces acompaña la dicha a los que
salen: lo que se muestra de cumplida con los que vienen, de descortés
con los que van. 60.
Buenos
dictámenes. Nácense algunos prudentes: entran con esta
ventaja de la sindéresis connatural en la sabiduría, y así
tienen la mitad andada para los aciertos. Con la edad y la experiencia
viene a sazonarse del todo la razón, y llegan a un juicio muy templado.
Abominan de todo capricho como de tentación de la cordura, y más
en materias de estado, donde por la suma importancia se requiere la total
seguridad. Merecen estos la asistencia al governalle, o para ejercicio
o para consejo. 61.
Eminencia
en lo mejor. Una gran singularidad entre la pluralidad de perfecciones.
No puede haber héroe que no tenga algún extremo sublime:
las medianías no son asunto del aplauso. La eminencia en relevante
empleo saca de un ordinario vulgar y levanta a categoría de raro.
Ser eminente en profesión humilde es ser algo en lo poco; lo que
tiene más de lo deleitable, tiene menos de lo glorioso. El exceso
en aventajadas materias es como un carácter de soberanía:
solicita la admiración y concilia el afecto. 62.
Obrar
con buenos instrumentos. Quieren algunos que campee el extremo de su
sutileza en la ruindad de los instrumentos: peligrosa satisfacción,
merecedora de un fatal castigo. Nunca la bondad del ministro disminuyó
la grandeza del patrón; antes, toda la gloria de los aciertos recae
después sobre la causa principal, así como al contrario el
vituperio. La fama siempre va con los primeros. Nunca dice: "Aquel tuvo
buenos o malos ministros", sino: "Aquel fue buen o mal artífice".
Haya, pues, elección, haya examen, que se les ha de fiar una inmortalidad
de reputación. 63.
Excelencia
de primero. Y si con eminencia, doblada. Gran ventaja jugar de mano,
que gana en igualdad. Hubieran muchos sido fénix en los empleos
a no irles otros delante. Álzanse los primeros con el mayorazgo
de la fama, y quedan para los segundos pleiteados alimentos; por más
que suden, no pueden purgar el vulgar achaque de imitación. Sutileza
fue de prodigiosos inventar rumbo nuevo para las eminencias, con tal que
asegure primero la cordura los empeños. Con la novedad de los asuntos
se hicieron lugar los sabios en la matrícula de los heroicos. Quieren
algunos más ser primeros en segunda categoría que ser segundos
en la primera. 64.
Saberse
excusar pesares. Es cordura provechosa ahorrar de disgustos. La prudencia
evita muchos: es Lucina de la felicidad, y por eso del contento. Las odiosas
nuevas, no darlas, menos recibirlas: hánseles de vedar las entradas,
si no es la del remedio. A unos se les gastan los oídos de oír
mucho dulce en lisonjas; a otros, de escuchar amargo en chismes; y hay
quien no sabe vivir sin algún cotidiano sinsabor, como ni Mitrídates
sin veneno. Tampoco es regla de conservarse querer darse a sí un
pesar de toda la vida por dar placer una vez a otro, aunque sea el más
propio. Nunca se ha de pecar contra la dicha propia por complacer al que
aconseja y se queda fuera; y en todo acontecimiento, siempre que se encontraren
el hacer placer a otro con el hacerse a sí pesar, es lección
de conveniencia que vale más que el otro se disguste ahora que no
tú después y sin remedio. 65.
Gusto
relevante. Cabe cultura en él, así como en el ingenio.
Realza la excelencia del entender el apetito del desear, y después
la fruición del poseer. Conócese la altura de un caudal por
la elevación del afecto. Mucho objeto ha menester para satisfacerse
una gran capacidad; así como los grandes bocados son para grandes
paladares, las materias sublimes para los sublimes genios. Los más
valientes objetos le temen y las más seguras perfecciones desconfían;
son pocas las de primera magnitud: sea raro el aprecio. Péganse
los gustos con el trato y se heredan con la continuidad: gran suerte comunicar
con quien le tiene en su punto. Pero no se ha de hacer profesión
de desagradarse de todo, que es uno de los necios extremos, y más
odioso cuando por afectación que por destemplanza. Quisieran algunos
que criara Dios otro mundo y otras perfecciones para satisfacción
de su extravagante fantasía. 66.
Atención
a que le salgan bien las cosas. Algunos ponen más la mira en
el rigor de la dirección que en la felicidad del conseguir intento,
pero más prepondera siempre el descrédito de la infelicidad
que el abono de la diligencia. El que vence no necesita de dar satisfacciones.
No perciben los más la puntualidad de las circunstancias, sino los
buenos o los ruines sucesos; y así, nunca se pierde reputación
cuando se consigue el intento. Todo lo dora un buen fin, aunque lo desmientan
los desaciertos de los medios. Que es arte ir contra el arte cuando no
se puede de otro modo conseguir la dicha del salir bien. 67.
Preferir
los empleos plausibles. Las más de las cosas dependen de la
satisfacción ajena. Es la estimación para las perfecciones
lo que el favonio para las flores: aliento y vida. Hay empleos expuestos
a la aclamación universal y hay otros, aunque mayores, en nada expectables;
aquellos, por obrarse a vista de todos, captan la benevolencia común;
estos, aunque tienen más de lo raro y primoroso, se quedan en el
secreto de su imperceptibilidad: venerados, pero no aplaudidos. Entre los
príncipes, los victoriosos son los celebrados, y por eso los reyes
de Aragón fueron tan plausibles por guerreros, conquistadores y
magnánimos. Prefiera el varón grande los célebres
empleos que todos perciban y participen todos, y a sufragios comunes quede
inmortalizado. 68.
Dar
entendimiento. Es de más primor que el dar memoria, cuanto es
más. Unas veces se ha de acordar y otras advertir. Dejan algunos
de hacer las cosas que estuvieran en su punto, porque no se les ofrecen;
ayude entonces la advertencia amigable a concebir las conveniencias. Una
de las mayores ventajas de la mente es el ofrecérsele lo que importa.
Por falta de esto dejan de hacerse muchos aciertos. Dé luz el que
la alcanza, y solicítela el que la mendiga: aquel con detención,
este con atención; no sea más que dar pie. Es urgente esta
sutileza cuando toca en utilidad del que despierta. Conviene mostrar gusto,
y pasar a más cuando no bastare; ya se tiene el No, váyase
en busca del Sí con destreza, que las más veces no
se consigue porque no se intenta. 69.
No
rendirse a un vulgar humor. Hombre grande el que nunca se sujeta a
peregrinas impresiones. Es lección de advertencia la reflexión
sobre sí: un conocer su disposición actual y prevenirla,
y aun decantarse al otro extremo para hallar, entre el natural y el arte,
el fiel de la sindéresis. Principio es de corregirse el conocerse;
que hay monstruos de la impertinencia: siempre están de algún
humor y varían afectos con ellos; y arrastrados eternamente de esta
destemplanza civil, contradictoriamente se empeñan. Y no sólo
gasta la voluntad este exceso, sino que se atreve al juicio, alterando
el querer y el entender. 70.
Saber
negar. No todo se ha de conceder, ni a todos. Tanto importa como el
saber conceder, y en los que mandan es atención urgente. Aquí
entra el modo: más se estima el no de algunos que el sí
de otros, porque un no dorado satisface más que un sí
a secas. Hay muchos que siempre tienen en la boca el no, con que
todo lo desazonan. El no es siempre el primero en ellos, y aunque
después todo lo vienen a conceder, no se les estima, porque precedió
aquella primera desazón. No se han de negar de rondón las
cosas: vaya a tragos el desengaño; ni se ha de negar del todo, que
sería desahuciar la dependencia. Queden siempre algunas reliquias
de esperanza para que templen lo amargo del negar. Llene la cortesía
el vacío del favor y suplan las buenas palabras la falta de las
obras. El No y el Sí son breves de decir y piden mucho
pensar. 71.
No
ser desigual, de proceder anómalo: ni por natural, ni por afectación.
El varón cuerdo siempre fue el mismo en todo lo perfecto, que es
crédito de entendido. Dependa en su mudanza de la de las causas
y méritos. En materia de cordura, la variedad es fea. Hay algunos
que cada día son otros de sí; hasta el entendimiento tienen
desigual, cuánto más la voluntad, y aun la ventura. El que
ayer fue el blanco de su sí, hoy es el negro de su no,
desmintiendo siempre su propio crédito y deslumbrando el ajeno concepto. 72.
Hombre
de resolución. Menos dañosa es la mala ejecución
que la irresolución. No se gastan tanto las materias cuando corren
como si estancan. Hay hombres indeterminables, que necesitan de ajena premoción
en todo; y a veces no nace tanto de la perplejidad del juicio, pues lo
tienen perspicaz, cuanto de la ineficacia. Ingenioso suele ser el dificultar,
pero más lo es el hallar salida a los inconvenientes. Hay otros
que en nada se embarazan, de juicio grande y determinado; nacieron para
sublimes empleos, porque su despejada comprehensión facilita el
acierto y el despacho: todo se lo hallan hecho, que después de aver
dado razón a un mundo, le quedó tiempo a uno de estos para
otro; y cuando están afianzados de su dicha, se empeñan con
más seguridad. 73.
Saber
usar del desliz. Es el desempeño de los cuerdos. Con la galantería
de un donaire suelen salir del más intrincado laberinto. Hurtásele
el cuerpo airosamente con un sonriso a la más dificultosa contienda.
En esto fundaba el mayor de los grandes capitanes su valor. Cortés
treta del negar, mudar el verbo; ni hay mayor atención que no darse
por entendido. 74.
No
ser intratable. En lo más poblado están las fieras verdaderas.
Es la inaccesibilidad vicio de desconocidos de sí, que mudan los
humores con los honores. No es medio a propósito para la estimación
comenzar enfadando. )Qué
es de ver uno de estos monstruos intratables, siempre a punto de su fiereza
impertinente? Entran a hablarles los dependientes por su desdicha, como
a lidiar con tigres, tan armados de tiento cuanto de recelo. Para subir
al puesto agradaron a todos, y en estando en él se quieren desquitar
con enfadar a todos. Aviendo de ser de muchos por el empleo, son de ninguno
por su aspereza o entono. Cortesano castigo para estos: dejarlos estar,
hurtándoles la cordura con el trato. 75.
Elegir
idea heroica. Más para la emulación que para la imitación.
Hay ejemplares de grandeza, textos animados de la reputación. Propóngase
cada uno en su empleo los primeros, no tanto para seguir, cuanto para adelantarse.
Lloró Alexandro no a Aquiles sepultado, sino a sí mismo,
aun no bien nacido al lucimiento. No hay cosa que así solicite ambiciones
en el ánimo como el clarín de la fama ajena: el mismo que
atierra la envidia alienta la generosidad. 76.
No
estar siempre de burlas. Conócese la prudencia en lo serio,
que está más acreditado que lo ingenioso. El que siempre
está de burlas nunca es hombre de veras. Igualámoslos a estos
con los mentirosos en no darles crédito: a los unos por recelo de
mentira, a los otros de su fisga. Nunca se sabe cuándo hablan en
juicio, que es tanto como no tenerle. No hay mayor desaire que el contino
donaire. Ganan otros fama de decidores y pierden el crédito de cuerdos.
Su rato ha de tener lo jovial; todos los demás, lo serio. 77.
Saber
hacerse a todos. Discreto Proteo: con el docto, docto, y con el santo,
santo. Gran arte de ganar a todos, porque la semejanza concilia benevolencia.
Observar los genios y templarse al de cada uno; al serio y al jovial, seguirles
el corriente, haciendo política transformación: urgente a
los que dependen. Requiere esta gran sutileza del vivir un gran caudal;
menos dificultosa al varón universal de ingenio en noticias y de
genio en gustos. 78.
Arte
en el intentar. La necedad siempre entra de rondón, que todos
los necios son audaces. Su misma simplicidad, que les impide primero la
advertencia para los reparos, les quita después el sentimiento para
los desaires. Pero la cordura entra con grande tiento. Son sus batidores
la advertencia y el recato, ellos van descubriendo para proceder sin peligro.
Todo arrojamiento está condenado por la discreción a despeño,
aunque tal vez lo absuelva la ventura. Conviene ir detenido donde se teme
mucho fondo: vaya intentando la sagacidad y ganando tierra la prudencia.
Hay grandes bajíos hoy en el trato humano: conviene ir siempre calando
sonda. 79.
Genio
genial. Si con templanza, prenda es, que no defecto. Un grano de donosidad
todo lo sazona. Los mayores hombres juegan también la pieza del
donaire, que concilia la gracia universal; pero guardando siempre los aires
a la cordura, y haciendo la salva al decoro. Hacen otros de una gracia
atajo al desempeño, que hay cosas que se han de tomar de burlas,
y a veces las que el otro toma más de veras. Indica apacibilidad,
garabato de corazones. 80.
Atención
al informarse. Vívese lo más de información. Es
lo menos lo que vemos; vivimos de fe ajena. Es el oído la puerta
segunda de la verdad y principal de la mentira. La verdad ordinariamente
se ve, extravagantemente se oye; raras veces llega en su elemento puro,
y menos cuando viene de lejos; siempre trae algo de mixta, de los afectos
por donde pasa; tiñe de sus colores la pasión cuanto toca,
ya odiosa, ya favorable. Tira siempre a impresionar: gran cuenta con quien
alaba, mayor con quien vitupera. Es menester toda la atención en
este punto para descubrir la intención en el que tercia, conociendo
de antemano de qué pie se movió. Sea la refleja contraste
de lo falto y de lo falso. 81.
Usar
el renovar su lucimiento. Es privilegio de fénix. Suele envejecerse
la excelencia, y con ella la fama. La costumbre disminuye la admiración,
y una mediana novedad suele vencer a la mayor eminencia envejecida. Usar,
pues, del renacer en el valor, en el ingenio, en la dicha, en todo: empeñarse
con novedades de bizarría, amaneciendo muchas veces como el sol,
variando teatros al lucimiento, para que en el uno la privación
y en el otro la novedad soliciten aquí el aplauso, si allí
el deseo. 82.
Nunca
apurar, ni el mal, ni el bien. A la moderación en todo redujo
la sabiduría toda un sabio. El sumo derecho se hace tuerto, y la
naranja que mucho se estruja llega a dar lo amargo. Aun en la fruición
nunca se ha de llegar a los extremos. El mismo ingenio se agota si se apura,
y sacará sangre por leche el que esquilmare a lo tirano. 83.
Permitirse
algún venial desliz. Que un descuido suele ser tal vez la mayor
recomendación de las prendas. Tiene su ostracismo la envidia, tanto
más civil cuanto más criminal. Acusa lo muy perfecto de que
peca en no pecar; y por perfecto en todo, lo condena todo. Hácese
Argos en buscarle faltas a lo muy bueno, para consuelo siquiera. Hiere
la censura, como el rayo, los más empinados realces. Dormite, pues,
tal vez Homero, y afecte algún descuido en el ingenio, o en el valor,
pero nunca en la cordura, para sosegar la malevolencia, no reviente ponzoñosa:
será como un echar la capa al toro de la envidia para salvar la
inmortalidad. 84.
Saber
usar de los enemigos. Todas las cosas se han de saber tomar, no por
el corte, que ofendan, sino por la empuñadura, que defiendan; mucho
más la emulación. Al varón sabio más le aprovechan
sus enemigos que al necio sus amigos. Suele allanar una malevolencia montañas
de dificultad, que desconfiara de emprenderlas el favor. Fabricáronles
a muchos su grandeza sus malévolos. Más fiera es la lisonja
que el odio, pues remedia este eficazmente las tachas que aquella disimula.
Hace el cuerdo espejo de la ojeriza, más fiel que el de la afición,
y previene a la detracción los defectos, o los enmienda, que es
grande el recato cuando se vive en frontera de una emulación, de
una malevolencia. 85.
No
ser malilla. Achaque es de todo lo excelente que su mucho uso viene
a ser abuso. El mismo codiciarlo todos viene a parar en enfadar a todos.
Grande infelicidad ser para nada; no menor querer ser para todo. Vienen
a perder estos por mucho ganar, y son después tan aborrecidos cuanto
fueron antes deseados. Rózanse de estas malillas en todo género
de perfecciones, que, perdiendo aquella primera estimación de raras,
consiguen el desprecio de vulgares. El único remedio de todo lo
extremado es guardar un medio en el lucimiento: la demasía ha de
estar en la perfección y la templanza en la ostentación.
Cuanto más luce una antorcha, se consume más y dura menos.
Escaseces de apariencia se premian con logros de estimación. 86.
Prevenir
las malas voces. Tiene el vulgo muchas cabezas, y así muchos
ojos para la malicia y muchas lenguas para el descrédito. Acontece
correr en él alguna mala voz que desdora el mayor crédito;
y si llegare a ser apodo vulgar, acabará con la reputación.
Dásele pie comúnmente con algún sobresaliente desaire,
con ridículos defectos, que son plausible materia a sus hablillas,
si bien hay desdoros echadizos de la emulación especial a la malicia
común; que hay bocas de la malevolencia, y arruinan más presto
una gran fama con un chiste que con un descaramiento. Es muy fácil
de cobrar la siniestra fama, porque lo malo es muy creíble y cuesta
mucho de borrarse. Excuse, pues, el varón cuerdo estos desaires,
contrastando con su atención la vulgar insolencia, que es más
fácil el prevenir que el remediar. 87.
Cultura,
y aliño. Nace bárbaro el hombre, redímese de bestia
cultivándose. Hace personas la cultura, y más cuanto mayor.
En fe de ella pudo Grecia llamar bárbaro a todo el restante universo.
Es muy tosca la ignorancia; no hay cosa que más cultive que el saber.
Pero aun la misma sabiduría fue grosera, si desaliñada. No
sólo ha de ser aliñado el entender, también el querer,
y más el conversar. Hállanse hombres naturalmente aliñados,
de gala interior y exterior, en concepto y palabras, en los arreos del
cuerpo, que son como la corteza, y en las prendas del alma, que son el
fruto. Otros hay, al contrario, tan groseros, que todas sus cosas, y tal
vez eminencias, las deslucieron con un intolerable bárbaro desaseo. 88.
Sea
el trato por mayor, procurando la sublimidad en él. El varón
grande no debe ser menudo en su proceder. Nunca se ha de individuar mucho
en las cosas, y menos en las de poco gusto; porque aunque es ventaja notarlo
todo al descuido, no lo es quererlo averiguar todo de propósito.
Hase de proceder de ordinario con una hidalga generalidad, ramo de galantería.
Es gran parte del regir el disimular. Hase de dar pasada a las más
de las cosas, entre familiares, entre amigos, y más entre enemigos.
Toda nimiedad es enfadosa, y en la condición, pesada. El ir y venir
a un disgusto es especie de manía; y comúnmente tal será
el modo de portarse cada uno, cual fuere su corazón y su capacidad. 89.
Comprehensión
de sí. En el genio, en el ingenio; en dictámenes, en
afectos. No puede uno ser señor de sí si primero no se comprehende.
Hay espejos del rostro, no los hay del ánimo: séalo la discreta
reflexión sobre sí. Y cuando se olvidare de su imagen exterior,
conserve la interior para enmendarla, para mejorarla. Conozca las fuerzas
de su cordura y sutileza para el emprender; tantee la irascible para el
empeñarse. Tenga medido su fondo y pesado su caudal para todo. 90.
Arte
para vivir mucho: vivir bien. Dos cosas acaban presto con la vida:
la necedad o la ruindad. Perdiéronla unos por no saberla guardar,
y otros por no querer. Así como la virtud es premio de sí
misma, así el vicio es castigo de sí mismo. Quien vive aprisa
en el vicio, acaba presto de dos maneras; quien vive aprisa en la virtud,
nunca muere. Comunícase la entereza del ánimo al cuerpo,
y no sólo se tiene por larga la vida buena en la intensión,
sino en la misma extensión. 91.
Obrar
siempre sin escrúpulos de imprudencia. La sospecha de desacierto
en el que ejecuta es evidencia ya en el que mira, y más si fuere
émulo. Si ya al calor de la pasión escrupulea el dictamen,
condenará después, desapasionado, a necedad declarada. Son
peligrosas las acciones en duda de prudencia; más segura sería
la omisión. No admite probabilidades la cordura: siempre camina
al mediodía de la luz de la razón. )Cómo
puede salir bien una empresa que, aun concebida, la está ya condenando
el recelo? Y si la resolución más graduada con el nemine
discrepante interior suele salir infelizmente, )qué
aguarda la que comenzó titubeando en la razón y mal agorada
del dictamen? 92.
Seso
trascendental: digo en todo. Es la primera y suma regla del obrar y
del hablar, más encargada cuanto mayores y más altos los
empleos. Más vale un grano de cordura que arrobas de sutileza. Es
un caminar a lo seguro, aunque no tan a lo plausible, si bien la reputación
de cuerdo es el triunfo de la fama: bastará satisfacer a los cuerdos,
cuyo voto es la piedra de toque a los aciertos. 93.
Hombre
universal. Compuesto de toda perfección, vale por muchos. Hace
felicísimo el vivir, comunicando esta fruición a la familiaridad.
La variedad con perfección es entretenimiento de la vida. Gran arte
la de saber lograr todo lo bueno; y pues le hizo la naturaleza al hombre
un compendio de todo lo natural por su eminencia, hágale el arte
un universo por ejercicio y cultura del gusto y del entendimiento. 94.
Incomprehensibilidad
de caudal. Excuse el varón atento sondarle el fondo, ya al saber,
ya al valer, si quiere que le veneren todos. Permítase al conocimiento,
no a la comprehensión. Nadie le averigüe los términos
de la capacidad, por el peligro evidente del desengaño. Nunca dé
lugar a que alguno le alcance todo: mayores efectos de veneración
causa la opinión y duda de adónde llega el caudal de cada
uno que la evidencia de él, por grande que fuere. 95.
Saber
entretener la expectación: irla cebando siempre. Prometa más
lo mucho, y la mejor acción sea envidar de mayores. No se ha de
echar todo el resto al primer lance: gran treta es saberse templar, en
las fuerzas, en el saber, e ir adelantando el desempeño. 96.
De
la gran sindéresis. Es el trono de la razón, basa de
la prudencia, que en fe de ella cuesta poco el acertar. Es suerte del cielo,
y la más deseada por primera y por mejor: la primera pieza del arnés
con tal urgencia, que ninguna otra que le falte a un hombre le denomina
falto; nótase más su menos. Todas las acciones de la vida
dependen de su influencia, y todas solicitan su calificación, que
todo ha de ser con seso. Consiste en una connatural propensión a
todo lo más conforme a razón, casándose siempre con
lo más acertado. 97.
Conseguir
y conservar la reputación. Es el usufructo de la fama. Cuesta
mucho, porque nace de las eminencias, que son tan raras cuanto comunes
las medianías. Conseguida, se conserva con facilidad. Obliga mucho
y obra más. Es especie de majestad cuando llega a ser veneración,
por la sublimidad de su causa y de su esfera; pero la reputación
sustancial es la que valió siempre. 98.
Cifrar
la voluntad. Son las pasiones los portillos del ánimo. El más
práctico saber consiste en disimular; lleva riesgo de perder el
que juega a juego descubierto. Compita la detención del recatado
con la atención del advertido: a linces de discurso, jibias de interioridad.
No se le sepa el gusto, porque no se le prevenga, unos para la contradicción,
otros para la lisonja. 99.
Realidad
y apariencia. Las cosas no pasan por lo que son, sino por lo que parecen.
Son raros los que miran por dentro, y muchos los que se pagan de lo aparente.
No basta tener razón con cara de malicia. 100.
Varón
desengañado: cristiano sabio, cortesano filósofo. Mas
no parecerlo, menos afectarlo. Está desacreditado el filosofar,
aunque el ejercicio mayor de los sabios. Vive desautorizada la ciencia
de los cuerdos. Introdújola Séneca en Roma, conservóse
algún tiempo cortesana, ya es tenida por impertinencia. Pero siempre
el desengaño fue pasto de la prudencia, delicias de la entereza. 101.
La
mitad del mundo se está riendo de la otra mitad, con necedad de
todos. O todo es bueno, o todo es malo, según votos. Lo que
éste sigue, el otro persigue. Insufrible necio el que quiere regular
todo objeto por su concepto. No dependen las perfecciones de un solo agrado:
tantos son los gustos como los rostros, y tan varios. No hay defecto sin
afecto, ni se ha de desconfiar porque no agraden las cosas a algunos, que
no faltarán otros que las aprecien; ni aun el aplauso de estos le
sea materia al desvanecimiento, que otros lo condenarán. La norma
de la verdadera satisfacción es la aprobación de los varones
de reputación, y que tienen voto en aquel orden de cosas. No se
vive de un voto solo, ni de un uso, ni de un siglo. 102.
Estómago
para grandes bocados de la fortuna. En el cuerpo de la prudencia no
es la parte menos importante un gran buche, que de grandes partes se compone
una gran capacidad. No se embaraza con las buenas dichas quien merece otras
mayores; lo que es ahíto en unos es hambre en otros. Hay muchos
que se les gasta cualquier muy importante manjar por la cortedad de su
natural, no acostumbrado ni nacido para tan sublimes empleos; acedáseles
el trato, y con los humos que se levantan de la postiza honra viene a desvanecérseles
la cabeza. Corren gran peligro en los lugares altos, y no caben en sí
porque no cabe en ellos la suerte. Muestre, pues, el varón grande
que aún le quedan ensanches para cosas mayores, y huya con especial
cuidado de todo lo que puede dar indicio de angosto corazón. 103.
Cada
uno la majestad en su modo. Sean todas las acciones, si no de un rey,
dignas de tal, según su esfera; el proceder real, dentro de los
límites de su cuerda suerte: sublimidad de acciones, remonte de
pensamientos. Y en todas sus cosas represente un rey por méritos,
cuando no por realidad, que la verdadera soberanía consiste en la
entereza de costumbres; ni tendrá que envidiar a la grandeza quien
pueda ser norma de ella. Especialmente a los allegados al trono pégueseles
algo de la verdadera superioridad, participen antes de las prendas de la
majestad que de las ceremonias de la vanidad, sin afectar lo imperfecto
de la hinchazón, sino lo realzado de la sustancia. 104.
Tener
tomado el pulso a los empleos. Hay su variedad en ellos: magistral
conocimiento, y que necesita de advertencia; piden unos valor y otros sutileza.
Son más fáciles de manejar los que dependen de la rectitud,
y más difíciles los que del artificio. Con un buen natural
no es menester más para aquellos; para estos no basta toda la atención
y desvelo. Trabajosa ocupación gobernar hombres, y más, locos
o necios: doblado seso es menester para con quien no le tiene. Empleo intolerable
el que pide todo un hombre, de horas contadas y la materia cierta; mejores
son los libres de fastidio juntando la variedad con la gravedad, porque
la alternación refresca el gusto. Los más autorizados son
los que tienen menos, o más distante, la dependencia; y aquel es
el peor que al fin hace sudar en la residencia humana y más en la
divina.
105.
No
cansar. Suele ser pesado el hombre de un negocio, y el de un verbo.
La brevedad es lisonjera, y más negociante; gana por lo cortés
lo que pierde por lo corto. Lo bueno, si breve, dos veces bueno; y aun
lo malo, si poco, no tan malo. Más obran quintas esencias que fárragos;
y es verdad común que hombre largo raras veces entendido, no tanto
en lo material de la disposición cuanto en lo formal del discurso.
Hay hombres que sirven más de embarazo que de adorno del universo,
alhajas perdidas que todos las desvían. Excuse el discreto el embarazar,
y mucho menos a grandes personajes, que viven muy ocupados, y sería
peor desazonar uno de ellos que todo lo restante del mundo. Lo bien dicho
se dice presto. 106.
No
afectar la fortuna. Más ofende el ostentar la dignidad que la
persona. Hacer del hombre es odioso, bastábale ser invidiado. La
estimación se consigue menos cuanto se busca más; depende
del respeto ajeno; y así no se la puede tomar uno, sino merecer
la de los otros y aguardarla. Los empleos grandes piden autoridad ajustada
a su ejercicio, sin la cual no pueden ejercerse dignamente. Conserve la
que merece para cumplir con lo sustancial de sus obligaciones: no estrujarla,
ayudarla sí, y todos los que hacen del hacendado en el empleo dan
indicio de que no lo merecían, y que viene sobrepuesta la dignidad.
Si se hubiere de valer, sea antes de lo eminente de sus prendas que de
lo adventicio; que hasta un rey se ha de venerar más por la personal
que por la extrínseca soberanía. 107.
No
mostrar satisfacción de sí. Viva ni descontento, que
es poquedad, ni satisfecho, que es necedad. Nace la satisfacción
en los más de ignorancia, y para en una felicidad necia, que, aunque
entretiene el gusto, no mantiene el crédito. Como no alcanza las
superlativas perfecciones en los otros, págase de cualquiera vulgar
medianía en sí. Siempre fue útil, a más de
cuerdo, el recelo, o para prevención de que salgan bien las cosas,
o para consuelo cuando salieren mal; que no se le hace de nuevo el desaire
de su suerte al que ya se lo temía. El mismo Homero dormita tal
vez, y cae Alejandro de su estado y de su engaño. Dependen las cosas
de muchas circunstancias; y la que triunfó en un puesto, y en tal
ocasión, en otra se malogra; pero la incorregibilidad de lo necio
está en que se convirtió en flor la más vana satisfacción,
y va brotando siempre su semilla.
108.
Atajo
para ser persona: saberse ladear. Es muy eficaz el trato. Comunícanse
las costumbres y los gustos. Pégase el genio, y aun el ingenio,
sin sentir. Procure, pues, el pronto juntarse con el reportado; y así
en los demás genios, con este conseguirá la templanza sin
violencia: es gran destreza saberse atemperar. La alternación de
contrariedades hermosea el universo y le sustenta, y si causa armonía
en lo natural, mayor en lo moral. Válgase de esta política
advertencia en la elección de familiares y de famulares, que con
la comunicación de los extremos se ajustará un medio muy
discreto. 109.
No
ser acriminador. Hay hombres de genio fiero, todo lo hacen delito,
y no por pasión, sino por naturaleza. A todos condenan, a unos porque
hicieron, a otros porque harán. Indica ánimo peor que cruel,
que es vil, y acriminan con tal exageración, que de los átomos
hacen vigas para sacar los ojos: cómitres en cada puesto, que hacen
galera de lo que fuera Elisio; pero si media la pasión, de todo
hacen extremos. Al contrario, la ingenuidad para todo halla salida, si
no de intención, de inadvertencia. 110.
No
aguardar a ser sol que se pone. Máxima es de cuerdos dejar las
cosas antes que los dejen. Sepa uno hacer triunfo del mismo fenecer; que
tal vez el mismo sol, a buen lucir, suele retirarse a una nube porque no
le vean caer, y deja en suspensión de si se puso o no se puso. Hurte
el cuerpo a los ocasos para no reventar de desaires; no aguarde a que le
vuelvan las espaldas, que le sepultarán vivo para el sentimiento,
y muerto para la estimación. Jubila con tiempo el advertido al corredor
caballo, y no aguarda a que, cayendo, levante la risa en medio la carrera.
Rompa el espejo con tiempo y con astucia la belleza, y no con impaciencia
después al ver su desengaño.
111.
Tener
amigos. Es el segundo ser. Todo amigo es bueno, y sabio para el amigo.
Entre ellos todo sale bien. Tanto valdrá uno cuanto quisieren los
demás; y para que quieran, se les ha de ganar la boca por el corazón.
No hay hechizo como el buen servicio, y para ganar amistades, el mejor
medio es hacerlas. Depende lo más y lo mejor que tenemos de los
otros. Hase de vivir, o con amigos o con enemigos. Cada día se ha
de diligenciar uno, aunque no para íntimo, para aficionado, que
algunos se quedan después para confidentes, pasando por el acierto
del delecto. 112.
Ganar
la pía afición, que aun la primera y suma causa en sus
mayores asuntos la previene y la dispone. Éntrase por el afecto
al concepto. Algunos se fían tanto del valor, que desestiman la
diligencia; pero la atención sabe bien que es grande el rodeo de
solos los méritos, si no se ayudan del favor. Todo lo facilita y
suple la benevolencia; no siempre supone las prendas, sino que las pone,
como el valor, la entereza, la sabiduría, hasta la discreción.
Nunca ve las fealdades, porque no las querría ver. Nace de ordinario
de la correspondencia material en genio, nación, parentesco, patria
y empleo. La formal es más sublime en prendas, obligaciones, reputación,
méritos. Toda la dificultad es ganarla, que con facilidad se conserva.
Puédese diligenciar, y saberse valer de ella. 113.
Prevenirse
en la fortuna próspera para la adversa. Arbitrio es hacer en
el estío la provisión para el invierno, y con más
comodidad. Van baratos entonces los favores, hay abundancia de amistades.
Bueno es conservar para el mal tiempo, que es la adversidad cara, y falta
de todo. Haya retén de amigos y de agradecidos, que algún
día hará aprecio de lo que ahora no hace caso. La villanía
nunca tiene amigos: en la prosperidad porque los desconoce, en la adversidad
la desconocen a ella. 114.
Nunca
competir. Toda pretensión con oposición daña el
crédito. La competencia tira luego a desdorar, por deslucir. Son
pocos los que hacen buena guerra, descubre la emulación los defectos
que olvidó la cortesía. Vivieron muchos acreditados mientras
no tuvieron émulos. El calor de la contrariedad aviva o resucita
las infamias muertas, desentierra hediondeces pasadas y antepasadas. Comiénzase
la competencia con manifiesto de desdoros, ayudándose de cuanto
puede y no debe; y aunque a veces, y las más, no sean armas de provecho
las ofensas, hace de ellas vil satisfacción a su venganza, y sacude
esta con tal aire, que hace saltar a los desaires el polvo del olvido.
Siempre fue pacífica la benevolencia y benévola la reputación.
115.
Hacerse
a las malas condiciones de los familiares; así como a los malos
rostros: es conveniencia donde tercia dependencia. Hay fieros genios que
no se puede vivir con ellos, ni sin ellos. Es, pues, destreza irse acostumbrando,
como a la fealdad, para que no se hagan de nuevo en la terribilidad de
la ocasión. La primera vez espantan, pero poco a poco se les viene
a perder aquel primer horror, y la refleja previene los disgustos, o los
tolera. 116.
Tratar
siempre con gente de obligaciones. Puede empeñarse con ellos,
y empeñarlos. Su misma obligación es la mayor fianza de su
trato, aun para barajar, que obran como quien son, y vale más pelear
con gente de bien que triunfar de gente de mal. No hay buen trato con la
ruindad, porque no se halla obligada a la entereza; por eso entre ruines
nunca hay verdadera amistad, ni es de buena ley la fineza, aunque lo parezca,
porque no es en fe de la honra. Reniegue siempre de hombre sin ella, que
quien no la estima, no estima la virtud; y es la honra el trono de la entereza. 117.
Nunca
hablar de sí. O se ha de alabar, que es desvanecimiento, o se
ha de vituperar, que es poquedad; y, siendo culpa de cordura en el que
dice, es pena de los que oyen. Si esto se ha de evitar en la familiaridad,
mucho más en puestos sublimes, donde se habla en común, y
pasa ya por necedad cualquier apariencia de ella. El mismo inconveniente
de cordura tiene el hablar de los presentes por el peligro de dar en uno
de dos escollos: de lisonja, o vituperio. 118.
Cobrar
fama de cortés, que basta a hacerle plausible. Es la cortesía
la principal parte de la cultura, especie de hechizo, y así concilia
la gracia de todos, así como la descortesía el desprecio
y enfado universal. Si ésta nace de soberbia, es aborrecible; si
de grosería, despreciable. La cortesía siempre ha de ser
más que menos, pero no igual, que degeneraría en injusticia.
Tiénese por deuda entre enemigos para que se vea su valor. Cuesta
poco y vale mucho: todo honrador es honrado. La galantería y la
honra tienen esta ventaja, que se quedan: aquélla en quien la usa,
ésta en quien la hace.
119.
No
hacerse de mal querer. No se ha de provocar la aversión, que
aun sin quererlo, ella se adelanta. Muchos hay que aborrecen de balde,
sin saber el cómo ni por qué. Previene la malevolencia a
la obligación. Es más eficaz y pronta para el daño
la irascible que la concupiscible para el provecho. Afectan algunos ponerse
mal con todos, por enfadoso o por enfadado genio; y si una vez se apodera
el odio, es, como el mal concepto, dificultoso de borrar. A los hombres
juiciosos los temen, a los maldicientes aborrecen, a los presumidos asquean,
a los fisgones abominan, a los singulares los dejan. Muestre, pues, estimar
para ser estimado, y el que quiere hacer casa hace caso. 120.
Vivir
a lo práctico. Hasta el saber ha de ser al uso, y donde no se
usa, es preciso saber hacer del ignorante. Múdanse a tiempos el
discurrir y el gustar: no se ha de discurrir a lo viejo, y se ha de gustar
a lo moderno. El gusto de las cabezas hace voto en cada orden de cosas.
Ése se ha de seguir por entonces, y adelantar a eminencia. Acomódese
el cuerdo a lo presente, aunque le parezca mejor lo pasado, así
en los arreos del alma como del cuerpo. Sólo en la bondad no vale
esta regla de vivir, que siempre se ha de practicar la virtud. Desconócese
ya, y parece cosa de otros tiempos el decir verdad, el guardar palabra;
y los varones buenos parecen hechos al buen tiempo, pero siempre amados;
de suerte que, si algunos hay, no se usan ni se imitan. (Oh,
grande infelicidad del siglo nuestro, que se tenga la virtud por extraña
y la malicia por corriente! Viva el discreto como puede, si no como querría.
Tenga por mejor lo que le concedió la suerte que lo que le ha negado. 121.
No
hacer negocio del no negocio. Así como algunos todo lo hacen
cuento, así otros todo negocio: siempre hablan de importancia, todo
lo toman de veras, reduciéndolo a pendencia y a misterio. Pocas
cosas de enfado se han de tomar de propósito, que sería empeñarse
sin él. Es trocar los puntos tomar a pechos lo que se ha de echar
a las espaldas. Muchas cosas que eran algo, dejándolas, fueron nada;
y otras que eran nada, por haber hecho caso de ellas, fueron mucho. Al
principio es fácil dar fin a todo, que después no. Muchas
veces hace la enfermedad el mismo remedio, ni es la peor regla del vivir
el dejar estar. 122.
Señorío
en el decir y en el hacer. Hácese mucho lugar en todas partes,
y gana de antemano el respeto. En todo influye, en el conversar, en el
orar, hasta en el caminar; y aun el mirar en el querer. Es gran victoria
coger los corazones. No nace de una necia intrepidez, ni del enfadoso entretenimiento,
sí en una decente autoridad nacida del genio superior y ayudada
de los méritos.
123.
Hombre
desafectado. A más prendas, menos afectación, que suele
ser vulgar desdoro de todas. Es tan enfadosa a los demás cuan penosa
al que la sustenta, porque vive mártir del cuidado, y se atormenta
con la puntualidad. Pierden su mérito las mismas eminencias con
ella, porque se juzgan nacidas antes de la artificiosa violencia que de
la libre naturaleza, y todo lo natural fue siempre más grato que
lo artificial. Los afectados son tenidos por extranjeros en lo que afectan;
cuanto mejor se hace una cosa se ha de desmentir la industria, porque se
vea que se cae de su natural la perfección. Ni por huir la afectación
se ha de dar en ella afectando el no afectar. Nunca el discreto se ha de
dar por entendido de sus méritos, que el mismo descuido despierta
en los otros la atención. Dos veces es eminente el que encierra
todas las perfecciones en sí, y ninguna en su estimación;
y por encontrada senda llega al término de la plausibilidad. 124.
Llegar
a ser deseado. Pocos llegaron a tanta gracia de las gentes, y si de
los cuerdos, felicidad. Es ordinaria la tibieza con los que acaban. Hay
modos para merecer este premio de afición: la eminencia en el empleo
y en las prendas es segura; el agrado, eficaz. Hácese dependencia
de la eminencia, de modo que se note que el cargo le hubo menester a él,
y no él al cargo; honran unos los puestos, a otros honran. No es
ventaja que le haga bueno el que sucedió malo, porque eso no es
ser deseado absolutamente, sino ser el otro aborrecido. 125.
No
ser libro verde. Señal de tener gastada la fama propia es cuidar
de la infamia ajena. Querrían algunos con las manchas de los otros
disimular, si no lavar, las suyas; o se consuelan, que es el consuelo de
los necios. Huéleles mal la boca a estos, que son los albañares
de las inmundicias civiles. En estas materias, el que más escarba,
más se enloda. Pocos se escapan de algún achaque original,
o al derecho, o al través. No son conocidas las faltas en los poco
conocidos. Huya el atento de ser registro de infamias, que es ser un aborrecido
padrón y, aunque vivo, desalmado. 126.
No
es necio el que hace la necedad, sino el que, hecha, no la sabe encubrir.
Hanse de sellar los afectos, (cuánto
más los defectos! Todos los hombres yerran, pero con esta diferencia,
que los sagaces desmienten las hechas, y los necios mienten las por hacer.
Consiste el crédito en el recato, más que en el hecho, que
si no es uno casto, sea cauto. Los descuidos de los grandes hombres se
observan más, como eclipses de las lumbreras mayores. Sea excepción
de la amistad el no confiarla los defectos; ni aun, si ser pudiese, a su
misma identidad. Pero puédese valer aquí de aquella otra
regla del vivir, que es saber olvidar.
127.
El
despejo en todo. Es vida de las prendas, aliento del decir, alma del
hacer, realce de los mismos realces. Las demás perfecciones son
ornato de la naturaleza, pero el despejo lo es de las mismas perfecciones:
hasta en el discurrir se celebra. Tiene de privilegio lo más, debe
al estudio lo menos, que aun a la disciplina es superior; pasa de facilidad,
y adelántase a bizarría; supone desembarazo, y añade
perfección. Sin él toda belleza es muerta, y toda gracia,
desgracia. Es trascendental al valor, a la discreción, a la prudencia,
a la misma majestad. Es político atajo en el despacho, y un culto
salir de todo empeño. 128.
Alteza
de ánimo. Es de los principales requisitos para héroe,
porque inflama a todo género de grandeza. Realza el gusto, engrandece
el corazón, remonta el pensamiento, ennoblece la condición
y dispone la majestad. Dondequiera que se halla, se descuella, y aun tal
vez, desmentida de la envidia de la suerte, revienta por campear. Ensánchase
en la voluntad, ya que en la posibilidad se violente. Reconócela
por fuente la magnanimidad, la generosidad y toda heroica prenda. 129.
Nunca
quejarse. La queja siempre trae descrédito. Más sirve
de ejemplar de atrevimiento a la pasión que de consuelo a la compasión.
Abre el paso a quien la oye para lo mismo, y es la noticia del agravio
del primero disculpa del segundo. Dan pie algunos con sus quejas de las
ofensiones pasadas a las venideras, y pretendiendo remedio o consuelo,
solicitan la complacencia, y aun el desprecio. Mejor política es
celebrar obligaciones de unos para que sean empeños de otros, y
el repetir favores de los ausentes es solicitar los de los presentes, es
vender crédito de unos a otros. Y el varón atento nunca publique
ni desaires ni defectos, sí estimaciones, que sirven para tener
amigos y de contener enemigos.
130.
Hacer,
y hacer parecer. Las cosas no pasan por lo que son, sino por lo que
parecen. Valer y saberlo mostrar es valer dos veces. Lo que no se ve es
como si no fuese. No tiene su veneración la razón misma donde
no tiene cara de tal. Son muchos más los engañados que los
advertidos: prevalece el engaño y júzganse las cosas por
fuera. Hay cosas que son muy otras de lo que parecen. La buena exterioridad
es la mejor recomendación de la perfección interior. 131.
Galantería
de condición. Tienen su bizarría las almas, gallardía
del espíritu, con cuyos galantes actos queda muy airoso un corazón.
No cabe en todos, porque supone magnanimidad. Primero asunto suyo es hablar
bien del enemigo, y obrar mejor. Su mayor lucimiento libra en los lances
de la venganza: no se los quita, sino que se los mejora, convirtiéndola,
cuando más vencedora, en una impensada generosidad. Es política
también, y aun la gala de la razón de estado. Nunca afecta
vencimientos, porque nada afecta, y cuando los alcanza el merecimiento,
los disimula la ingenuidad. 132.
Usar
del reconsejo. Apelar a la revista es seguridad, y más donde
no es evidente la satisfacción; tomar tiempo, o para conceder, o
para mejorarse: ofrécense nuevas razones para confirmar y corroborar
el dictamen. Si es en materia de dar, se estima más el don en fe
de la cordura que en el gusto de la presteza; siempre fue más estimado
lo deseado. Si se ha de negar, queda lugar al modo, y para madurar el No,
que sea más sazonado; y las más veces, pasado aquel primer
calor del deseo, no se siente después a sangre fría el desaire
del negar. A quien pide aprisa, conceder tarde, que es treta para desmentir
la atención. 133.
Antes
loco con todos que cuerdo a solas: dicen políticos. Que si todos
lo son, con ninguno perderá; y si es sola la cordura, será
tenida por locura: tanto importará seguir la corriente. Es el mayor
saber a veces no saber, o afectar no saber. Hase de vivir con otros, y
los ignorantes son los más. Para vivir a solas ha de tener o mucho
de Dios o todo de bestia. Mas yo moderaría el aforismo, diciendo:
antes cuerdo con los más que loco a solas. Algunos quieren ser singulares
en las quimeras. 134.
Doblar
los requisitos de la vida. Es doblar el vivir. No ha de ser única
la dependencia, ni se ha de estrechar a una cosa sola, aunque singular.
Todo ha de ser doblado, y más las causas del provecho, del favor,
del gusto. Es trascendente la mutabilidad de la luna, término de
la permanencia, y más las cosas que dependen de humana voluntad,
que es quebradiza. Valga contra la fragilidad el retén, y sea gran
regla del arte del vivir doblar las circunstancias del bien y de la comodidad:
así como dobló la naturaleza los miembros más importantes
y más arriesgados, así el arte los de la dependencia.
135.
No
tenga espíritu de contradicción, que es cargarse de necedad
y de enfado. Conjurarse ha contra él la cordura. Bien puede ser
ingenioso el dificultar en todo, pero no se escapa de necio lo porfiado.
Hacen estos guerrilla de la dulce conversación, y así son
enemigos más de los familiares que de los que no les tratan. En
el más sabroso bocado se siente más la espina que se atraviesa,
y eslo la contradicción de los buenos ratos; son necios perniciosos,
que añaden lo fiera a lo bestia. 136.
Ponerse
bien en las materias, tomar el pulso luego a los negocios. Vanse muchos
o por las ramas de un inútil discurrir, o por las hojas de una cansada
verbosidad, sin topar con la sustancia del caso. Dan cien vueltas rodeando
un punto, cansándose y cansando, y nunca llegan al centro de la
importancia. Procede de entendimientos confusos, que no se saben desembarazar.
Gastan el tiempo y la paciencia en lo que habían de dejar, y después
no la hay para lo que dejaron. 137.
Bástese
a sí mismo el sabio. Él se era todas sus cosas, y llevándose
a sí lo llevaba todo. Si un amigo universal basta hacer Roma y todo
lo restante del universo, séase uno ese amigo de sí propio,
y podrá vivirse a solas. )Quién
le podrá hacer falta si no hay ni mayor concepto ni mayor gusto
que el suyo? Dependerá de sí solo, que es felicidad suma
semejar a la entidad suma. El que puede pasar así a solas, nada
tendrá de bruto, sino mucho de sabio y todo de Dios. 138.
Arte
de dejar estar. Y más cuando más revuelta la común
mar, o la familiar. Hay torbellinos en el humano trato, tempestades de
voluntad; entonces es cordura retirarse al seguro puerto del dar vado.
Muchas veces empeoran los males con los remedios. Dejar hacer a la naturaleza
allí, y aquí a la moralidad. Tanto ha de saber el sabio médico
para recetar como para no recetar, y a veces consiste el arte más
en el no aplicar remedios. Sea modo de sosegar vulgares torbellinos el
alzar mano y dejar sosegar; ceder al tiempo ahora será vencer después.
Una fuente con poca inquietud se enturbia, ni se volverá a serenar
procurándolo, sino dejándola. No hay mejor remedio de los
desconciertos que dejarlos correr, que así caen de sí propios.
139.
Conocer
el día aciago, que los hay: nada saldrá bien; y, aunque
se varíe el juego, pero no la mala suerte. A dos lances convendrá
conocerla y retirarse, advirtiendo si está de día o no lo
está. Hasta en el entendimiento hay vez, que ninguno supo a todas
horas. Es ventura acertar a discurrir, como el escribir bien una carta.
Todas las perfecciones dependen de sazón, ni siempre la belleza
está de vez; desmiéntese la discreción a sí
misma, ya cediendo, ya excediéndose; y todo para salir bien ha de
estar de día. Así como en unos todo sale mal, en otros todo
bien y con menos diligencias. Todo se lo halla uno hecho: el ingenio está
de vez, el genio de temple, y todo de estrella. Entonces conviene lograrla
y no desperdiciar la menor partícula. Pero el varón juicioso
no por un azar que vio sentencie definitivamente de malo, ni al contrario,
de bueno, que pudo ser aquello desazón y esto ventura. 140.
Topar
luego con lo bueno en cada cosa. Es dicha del buen gusto. Va luego
la abeja a la dulzura para el panal, y la víbora a la amargura para
el veneno. Así los gustos, unos a lo mejor y otros a lo peor. No
hay cosa que no tenga algo bueno, y más si es libro, por lo pensado.
Es, pues, tan desgraciado el genio de algunos, que entre mil perfecciones
toparán con solo un defecto que hubiere, y ese lo censuran y lo
celebran: recogedores de las inmundicias de voluntades y de entendimientos,
cargando de notas, de defectos, que es más castigo de su mal delecto
que empleo de su sutileza. Pasan mala vida, pues siempre se ceban de amarguras
y hacen pasto de imperfecciones. Más feliz es el gusto de otros
que, entre mil defectos, toparán luego con una sola perfección
que se le cayó a la ventura. 141.
No
escucharse. Poco aprovecha agradarse a sí, si no contenta a
los demás, y de ordinario castiga el desprecio común la satisfacción
particular. Débese a todos el que se paga de sí mismo. Querer
hablar y oírse no sale bien; y si hablarse a solas es locura, escucharse
delante de otros será doblada. Achaque de señores es hablar
con el bordón, del ")digo
algo?" y aquel ")eh?"
que aporrea a los que escuchan. A cada razón orejean la aprobación
o la lisonja, apurando la cordura. También los hinchados hablan
con eco, y como su conversación va en chapines de entono, a cada
palabra solicita el enfadoso socorro del necio "(bien
dicho!"
142.
Nunca
por tema seguir el peor partido, porque el contrario se adelantó
y escogió el mejor. Ya comienza vencido, y así será
preciso ceder desairado. Nunca se vengará bien con el mal. Fue astucia
del contrario anticiparse a lo mejor, y necedad suya oponérsele
tarde con lo peor. Son estos porfiados de obra más empeñados
que los de palabra, cuanto va más riesgo del hacer al decir. Vulgaridad
de temáticos, no reparar en la verdad, por contradecir, ni en la
utilidad, por litigar. El atento siempre está de parte de la razón,
no de la pasión, o anticipándose antes o mejorándose
después; que si es necio el contrario, por el mismo caso mudará
de rumbo, pasándose a la contraria parte, con que empeorará
de partido. Para echarle de lo mejor es único remedio abrazarlo
propio, que su necedad le hará dejarlo y su tema le será
despeño. 143.
No
dar en paradojo por huir de vulgar: los dos extremos son del descrédito.
Todo asunto que desdice de la gravedad es ramo de necedad. Lo paradojo
es un cierto engaño plausible a los principios, que admira por lo
nuevo y por lo picante; pero después con el desengaño del
salir tan mal queda muy desairado. Es especie de embeleco, y en materias
políticas, ruina de los estados. Los que no pueden llegar o no se
atreven a lo heroico por el camino de la virtud, echan por lo paradojo,
admirando necios y sacando verdaderos a muchos cuerdos. Arguye destemplanza
en el dictamen, y por eso tan opuesto a la prudencia; y si tal vez no se
funda en lo falso, por lo menos en lo incierto, con gran riesgo de la importancia. 144.
Entrar
con la ajena para salir con la suya. Es estratagema del conseguir.
Aun en las materias del cielo encargan esta santa astucia los cristianos
maestros. Es un importante disimulo, porque sirve de cebo la concebida
utilidad para coger una voluntad: parécele que va delante la suya,
y no es más de para abrir camino a la pretensión ajena. Nunca
se ha de entrar a lo desatinado, y más donde hay fondo de peligro.
También con personas cuya primera palabra suele ser el No
conviene desmentir el tiro, porque no se advierta la dificultad del conceder,
mucho más cuando se presiente la aversión. Pertenece este
aviso a los de segunda intención, que todos son de la quinta sutileza.
145.
No
descubrir el dedo malo, que todo topará allí. No quejarse
de él, que siempre sacude la malicia adonde le duele a la flaqueza.
No servirá el picarse uno sino de picar el gusto al entretenimiento.
Va buscando la mala intención el achaque de hacer saltar: arroja
varillas para hallarle el sentimiento, hará la prueba de mil modos
hasta llegar al vivo. Nunca el atento se dé por entendido, ni descubra
su mal, o personal o heredado, que hasta la fortuna se deleita a veces
de lastimar donde más ha de doler. Siempre mortifica en lo vivo;
por esto no se ha de descubrir, ni lo que mortifica, ni lo que vivifica:
uno para que se acabe, otro para que dure. 146.
Mirar
por dentro. Hállanse de ordinario ser muy otras las cosas de
lo que parecían; y la ignorancia que no pasó de la corteza
se convierte en desengaño cuando se penetra al interior. La mentira
es siempre la primera en todo, arrastra necios por vulgaridad continuada.
La verdad siempre llega la última, y tarde, cojeando con el tiempo;
resérvanle los cuerdos la otra mitad de la potencia que sabiamente
duplicó la común madre. Es el engaño muy superficial,
y topan luego con él los que lo son. El acierto vive retirado a
su interior para ser más estimado de sus sabios y discretos. 147.
No
ser inaccesible. Ninguno hay tan perfecto, que alguna vez no necesite
de advertencia. Es irremediable de necio el que no escucha; el más
exento ha de dar lugar al amigable aviso, ni la soberanía ha de
excluir la docilidad. Hay hombres irremediables por inaccesibles, que se
despeñan porque nadie osa llegar a detenerlos. El más entero
ha de tener una puerta abierta a la amistad, y será la del socorro;
ha de tener lugar un amigo para poder con desembarazo avisarle, y aun castigarle.
La satisfacción le ha de poner en esta autoridad, y el gran concepto
de su fidelidad y prudencia. No a todos se les ha de facilitar el respeto,
ni aun el crédito; pero tenga en el retrete de su recato un fiel
espejo de un confidente a quien deba y estime la corrección en el
desengaño. 148.
Tener
el arte de conversar, en que se hace muestra de ser persona. En ningún
ejercicio humano se requiere más la atención, por ser el
más ordinario del vivir. Aquí es el perderse o el ganarse;
que si es necesaria la advertencia para escribir una carta, con ser conversación
de pensado, y por escrito, (cuánto
más en la ordinaria, donde se hace examen pronto de la discreción!
Toman los peritos el pulso al ánimo en la lengua, y en fe de ella
dijo el Sabio: "Habla, si quieres que te conozca". Tienen algunos por arte
en la conversación el ir sin ella, que ha de ser holgada, como el
vestir, entiéndese entre muy amigos; que cuando es de respeto ha
de ser más sustancial, y que indique la mucha sustancia de la persona.
Para acertarse se ha de ajustar al genio y al ingenio de los que tercian.
No ha de afectar el ser censor de las palabras, que será tenido
por gramático, ni menos fiscal de las razones, que le hurtarán
todos el trato y le vedarán la comunicación. La discreción
en el hablar importa más que la elocuencia.
149.
Saber
declinar a otro los males. Tener escudos contra la malevolencia, gran
treta de los que gobiernan. No nace de incapacidad, como la malicia piensa,
sí de industria superior, tener en quien recaiga la censura de los
desaciertos, y el castigo común de la murmuración. No todo
puede salir bien, ni a todos se puede contentar. Haya, pues, un testa de
yerros, terrero de infelicidades, a costa de su misma ambición. 150.
Saber
vender sus cosas. No basta la intrínseca bondad de ellas, que
no todos muerden la sustancia, ni miran por dentro. Acuden los más
adonde hay concurso, van porque ven ir a otros. Es gran parte del artificio
saber acreditar: unas veces celebrando, que la alabanza es solicitadora
del deseo; otras, dando buen nombre, que es un gran modo de sublimar, desmintiendo
siempre la afectación. El destinar para solos los entendidos es
picón general, porque todos se lo piensan, y cuando no, la privación
espoleará el deseo. Nunca se han de acreditar de fáciles,
ni de comunes, los asuntos, que más es vulgarizarlos que facilitarlos;
todos pican en lo singular por más apetecible, tanto al gusto como
al ingenio. 151.
Pensar
anticipado: hoy para mañana, y aun para muchos días.
La mayor providencia es tener horas de ella; para prevenidos no hay acasos,
ni para apercibidos aprietos. No se ha de aguardar el discurrir para el
ahogo, y ha de ir de antemano; prevenga con la madurez del reconsejo el
punto más crudo. Es la almohada Sibila muda, y el dormir sobre los
puntos vale más que el desvelarse debajo de ellos. Algunos obran
y después piensan: aquello más es buscar excusas que consecuencias.
Otros, ni antes ni después. Toda la vida ha de ser pensar para acertar
el rumbo: el reconsejo y providencia dan arbitrio de vivir anticipado.
152.
Nunca
acompañarse con quien le pueda deslucir, tanto por más
cuanto por menos. Lo que excede en perfección excede en estimación.
Hará el otro el primer papel siempre, y él el segundo; y
si le alcanzare algo de aprecio, serán las sobras de aquel. Campea
la luna, mientras una, entre las estrellas; pero en saliendo el sol, o
no parece o desaparece. Nunca se arrime a quien le eclipse, sino a quien
le realce. De esta suerte pudo parecer hermosa la discreta Fabula de Marcial,
y lució entre la fealdad o el desaliño de sus doncellas.
Tampoco ha de peligrar de mal de lado, ni honrar a otros a costa de su
crédito. Para hacerse, vaya con los eminentes; para hecho, entre
los medianos. 153.
Huya
de entrar a llenar grandes vacíos. Y, si se empeña, sea
con seguridad del exceso. Es menester doblar el valor para igualar al del
pasado. Así como es ardid, que el que se sigue sea tal que le haga
deseado, así es sutileza que el que acabó no le eclipse.
Es dificultoso llenar un gran vacío, porque siempre lo pasado pareció
mejor; y aun la igualdad no bastará, porque está en posesión
de primero. Es, pues, necesario añadir prendas para echar a otro
de su posesión en el mayor concepto. 154.
No
ser fácil: ni en creer, ni en querer. Conócese
la madurez en la espera de la credulidad: es muy ordinario el mentir, sea
extraordinario el creer. El que ligeramente se movió hállase
después corrido; pero no se ha de dar a entender la duda de la fe
ajena, que pasa de descortesía a agravio, porque se le trata al
que contesta de engañador o engañado. Y aun no es ése
el mayor inconveniente, cuanto que el no creer es indicio del mentir; porque
el mentiroso tiene dos males, que ni cree ni es creído. La suspensión
del juicio es cuerda en el que oye, y remítase de fe al autor aquel
que dice: "También es especie de imprudencia la facilidad en el
querer"; que, si se miente con la palabra, también con las cosas,
y es más pernicioso este engaño por la obra. 155.
Arte
en el apasionarse. Si es posible, prevenga la prudente reflexión
la vulgaridad del ímpetu. No le será dificultoso al que fuere
prudente. El primer paso del apasionarse es advertir que se apasiona, que
es entrar con señorío del afecto, tanteando la necesidad
hasta tal punto de enojo, y no más. Con esta superior refleja entre
y salga en una ira. Sepa parar bien, y a su tiempo, que lo más dificultoso
del correr está en el parar. Gran prueba de juicio conservarse cuerdo
en los trances de locura. Todo exceso de pasión degenera de lo racional;
pero con esta magistral atención nunca atropellará la razón,
ni pisará los términos de la sindéresis. Para saber
hacer mal a una pasión es menester ir siempre con la rienda en la
atención, y será el primer cuerdo a caballo, si no el último.
156.
Amigos
de elección. Que lo han de ser a examen de la discreción
y a prueba de la fortuna, graduados no sólo de la voluntad, sino
del entendimiento. Y con ser el más importante acierto del vivir,
es el menos asistido del cuidado. Obra el entremetimiento en algunos, y
el acaso en los más. Es definido uno por los amigos que tiene, que
nunca el sabio concordó con ignorantes; pero el gustar de uno no
arguye intimidad, que puede proceder más del buen rato de su graciosidad
que de la confianza de su capacidad. Hay amistades legítimas y otras
adulterinas: éstas para la delectación, aquéllas para
la fecundidad de aciertos. Hállanse pocos de la persona, y muchos
de la fortuna. Más aprovecha un buen entendimiento de un amigo que
muchas buenas voluntades de otros. Haya, pues, elección, y no suerte.
Un sabio sabe excusar pesares, y el necio amigo los acarrea. Ni desearles
mucha fortuna, si no los quiere perder. 157.
No
engañarse en las personas, que es el peor y más fácil
engaño. Más vale ser engañado en el precio que en
la mercadería; ni hay cosa que más necesite de mirarse por
dentro. Hay diferencia entre el entender las cosas y conocer las personas;
y es gran filosofía alcanzar los genios y distinguir los humores
de los hombres. Tanto es menester tener estudiados los sujetos como los
libros. 158.
Saber
usar de los amigos. Hay en esto su arte de discreción; unos
son buenos para de lejos, y otros para de cerca; y el que tal vez no fue
bueno para la conversación lo es para la correspondencia. Purifica
la distancia algunos defectos que eran intolerables a la presencia. No
sólo se ha de procurar en ellos conseguir el gusto, sino la utilidad,
que ha de tener las tres calidades del bien, otros dicen las del ente:
uno, bueno y verdadero, porque el amigo es todas las cosas. Son pocos para
buenos, y el no saberlos elegir los hace menos. Saberlos conservar es más
que el hacerlos amigos. Búsquense tales que hayan de durar, y aunque
al principio sean nuevos, baste para satisfacción que podrán
hacerse viejos. Absolutamente los mejores los muy salados, aunque se gaste
una fanega en la experiencia. No hay desierto como vivir sin amigos. La
amistad multiplica los bienes y reparte los males, es único remedio
contra la adversa fortuna y un desahogo del alma.
159.
Saber
sufrir necios. Las sabios siempre fueron mal sufridos, que quien añade
ciencia añade impaciencia. El mucho conocer es dificultoso de satisfacer.
La mayor regla del vivir, según Epicteto, es el sufrir, y a esto
redujo la mitad de la sabiduría. Si todas las necedades se han de
tolerar, mucha paciencia será menester. A veces sufrimos más
de quien más dependemos, que importa para el ejercicio del vencerse.
Nace del sufrimiento la inestimable paz, que es la felicidad de la tierra.
Y el que no se hallare con ánimo de sufrir apele al retiro de sí
mismo, si es que aun a sí mismo se ha de poder tolerar. 160.
Hablar
de atento: con los émulos, por cautela; con los demás,
por decencia. Siempre hay tiempo para enviar la palabra, pero no para volverla.
Hase de hablar como en testamento, que a menos palabras, menos pleitos.
En lo que no importa se ha de ensayar uno para lo que importare. La arcanidad
tiene visos de divinidad. El fácil a hablar cerca está de
ser vencido y convencido. 161.
Conocer
los defectos dulces. El hombre más perfecto no se escapa de
algunos, y se casa o se amanceba con ellos. Haylos en el ingenio, y mayores
en el mayor, o se advierten más. No porque no los conozca el mismo
sujeto, sino porque los ama. Dos males juntos: apasionarse y por vicios.
Son lunares de la perfección, ofenden tanto a los de afuera cuanto
a los mismos les suenan bien. Aquí es el gallardo vencerse y dar
esta felicidad a los demás realces; todos topan allí, y cuando
avían de celebrar lo mucho bueno que admiran, se detienen donde
reparan, afeando aquello por desdoro de las demás prendas. 162.
Saber
triunfar de la emulación y malevolencia. Poco es ya el desprecio,
aunque prudente; más es la galantería. No hay bastante aplauso
a un decir bien del que dice mal. No hay venganza más heroica que
con méritos y prendas, que vencen y atormentan a la envidia. Cada
felicidad es un apretón de cordeles al mal afecto, y es un infierno
del émulo la gloria del emulado. Este castigo se tiene por el mayor:
haber veneno de la felicidad. No muere de una vez el envidioso, sino tantas
cuantas vive a voces de aplausos el envidiado, compitiendo la perenidad
de la fama del uno con la penalidad del otro. Es inmortal este para sus
glorias y aquel para sus penas. El clarín de la fama, que toca a
inmortalidad al uno, publica muerte para el otro, sentenciándole
al suspendio de tan envidiosa suspensión.
163.
Nunca
por la compasión del infeliz se ha de incurrir en la desgracia del
afortunado. Es desventura para unos la que suele ser ventura para otros,
que no fuera uno dichoso si no fueran muchos otros desdichados. Es propio
de infelices conseguir la gracia de las gentes, que quiere recompensar
ésta con su favor inútil los disfavores de la fortuna; y
viose tal vez que el que en la prosperidad fue aborrecido de todos, en
la adversidad compadecido de todos: trocóse la venganza de ensalzado
en compasión de caído. Pero el sagaz atienda al barajar de
la suerte. Hay algunos que nunca van sino con los desdichados, y ladean
hoy por infeliz al que huyeron ayer por afortunado. Arguye tal vez nobleza
del natural, pero no sagacidad. 164.
Echar
al aire algunas cosas. Para examinar la aceptación, un ver cómo
se reciben, y más las sospechosas de acierto y de agrado. Asegúrase
el salir bien, y queda lugar o para el empeño o para el retiro.
Tantéanse las voluntades de esta suerte, y sabe el atento dónde
tiene los pies: prevención máxima del pedir, del querer y
del gobernar. 165.
Hacer
buena guerra. Puédenle obligar al cuerdo a hacerla, pero no
mala. Cada uno ha de obrar como quien es, no como le obligan. Es plausible
la galantería en la emulación. Hase de pelear no sólo
para vencer en el poder, sino en el modo. Vencer a lo ruin no es victoria,
sino rendimiento. Siempre fue superioridad la generosidad. El hombre de
bien nunca se vale de armas vedadas, y sonlo las de la amistad acabada
para el odio comenzado, que no se ha de valer de la confianza para la venganza;
todo lo que huele a traición infecciona el buen nombre. En personajes
obligados se extraña más cualquier átomo de bajeza;
han de distar mucho la nobleza de la vileza. Préciese de que si
la galantería, la generosidad y la fidelidad se perdiesen en el
mundo se avían de buscar en su pecho. 166.
Diferenciar
el hombre de palabras del de obras. Es única precisión,
así como la del amigo, de la persona, o del empleo, que son muy
diferentes. Malo es, no teniendo palabra buena, no tener obra mala; peor,
no teniendo palabra mala, no tener obra buena. Ya no se come de palabras,
que son viento, ni se vive de cortesías, que es un cortés
engaño. Cazar las aves con luz es el verdadero encandilar. Los desvanecidos
se pagan del viento; las palabras han de ser prendas de las obras, y así
han de tener el valor. Los árboles que no dan fruto, sino hojas,
no suelen tener corazón. Conviene conocerlos, unos para provecho,
otros para sombra.
167.
Saberse
ayudar. No hay mejor compañía en los grandes aprietos
que un buen corazón; y, cuando flaqueare, se ha de suplir de las
partes que le están cerca. Hácensele menores los afanes a
quien se sabe valer. No se rinda a la fortuna, que se le acabará
de hacer intolerable. Ayúdanse poco algunos en sus trabajos, y dóblanlos
con no saberlos llevar. El que ya se conoce socorre con la consideración
a su flaqueza, y el discreto de todo sale con victoria, hasta de las estrellas. 168.
No
dar en monstruo de la necedad. Sonlo todos los desvanecidos, presuntuosos,
porfiados, caprichosos, persuadidos, extravagantes, figureros, graciosos,
noveleros, paradojos, sectarios y todo género de hombres destemplados;
monstruos todos de la impertinencia. Toda monstruosidad del ánimo
es más deforme que la del cuerpo, porque desdice de la belleza superior.
Pero )quién
corregirá tanto desconcierto común? Donde falta la sindéresis,
no queda lugar para la dirección, y la que había de ser observación
refleja de la irrisión, es una mal concebida presunción de
aplauso imaginado. 169.
Atención
a no errar una, más que a acertar ciento. Nadie mira al sol
resplandeciente, y todos eclipsado. No le contará la nota vulgar
las que acertare, sino las que errare. Más conocidos son los malos
para murmurados que los buenos para aplaudidos. Ni fueron conocidos muchos
hasta que delinquieron, ni bastan todos los aciertos juntos a desmentir
un solo y mínimo desdoro. Y desengáñese todo hombre,
que le serán notadas todas las malas, pero ninguna buena, de la
malevolencia. 170.
Usar
del retén en todas las cosas. Es asegurar la importancia. No
todo el caudal se ha de emplear, ni se han de sacar todas las fuerzas cada
vez; aun en el saber ha de haber resguardo, que es un doblar las perfecciones.
Siempre ha de haber a que apelar en un aprieto de salir mal; más
obra el socorro que el acometimiento, porque es de valor y de crédito.
El proceder de la cordura siempre fue al seguro. Y aun en este sentido
es verdadera aquella paradoja picante: más es la mitad que el todo.
171.
No
gastar el favor. Los amigos grandes son para las grandes ocasiones.
No se ha de emplear la confianza mucha en cosas pocas, que sería
desperdicio de la gracia. La sagrada áncora se reserva siempre para
el último riesgo. Si en lo poco se abusa de lo mucho, )qué
quedará para después? No hay cosa que más valga que
los valedores, ni más preciosa hoy que el favor: hace y deshace
en el mundo hasta dar ingenio o quitarlo. A los sabios lo que les favorecieron
naturaleza y fama les envidió la fortuna. Más es saber conservar
las personas y tenerlas que los haberes. 172.
No
empeñarse con quien no tiene qué perder. Es reñir
con desigualdad. Entra el otro con desembarazo porque trae hasta la vergüenza
perdida; remató con todo, no tiene más que perder, y así
se arroja a toda impertinencia. Nunca se ha de exponer a tan cruel riesgo
la inestimable reputación; costó muchos años de ganar,
y viene a perderse en un punto de un puntillo: hiela un desaire mucho lucido
sudor. Al hombre de obligaciones hácele reparar el tener mucho que
perder. Mirando por su crédito, mira por el contrario, y como se
empeña con atención, procede con tal detención, que
da tiempo a la prudencia para retirarse con tiempo y poner en cobro el
crédito. Ni con el vencimiento se llegará a ganar lo que
se perdió ya con el exponerse a perder. 173.
No
ser de vidrio en el trato. Y menos en la amistad. Quiebran algunos
con gran facilidad, descubriendo la poca consistencia; llénanse
a sí mismos de ofensión, a los demás de enfado. Muestran
tener la condición más niña que las de los ojos, pues
no permite ser tocada, ni de burlas ni de veras. Oféndenla las motas,
que no son menester ya notas. Han de ir con grande tiento los que los tratan,
atendiendo siempre a sus delicadezas; guárdanles los aires, porque
el más leve desaire les desazona. Son estos ordinariamente muy suyos,
esclavos de su gusto, que por él atropellarán con todo, idólatras
de su honrilla. La condición del amante tiene la mitad de diamante
en el durar y en el resistir.
174.
No
vivir a prisa. El saber repartir las cosas es saberlas gozar. A muchos
les sobra la vida y se les acaba la felicidad. Malogran los contentos,
que no los gozan, y querrían después volver atrás,
cuando se hallan tan adelante. Postillones del vivir, que a más
del común correr del tiempo, añaden ellos su atropellamiento
genial. Querrían devorar en un día lo que apenas podrán
digerir en toda la vida. Viven adelantados en las felicidades, cómense
los años por venir y, como van con tanta prisa, acaban presto con
todo. Aun en el querer saber ha de haber modo para no saber las cosas mal
sabidas. Son más los días que las dichas: en el gozar, a
espacio; en el obrar, a prisa. Las hazañas bien están, hechas;
los contentos, mal, acabados. 175.
Hombre
sustancial. Y el que lo es no se paga de los que no lo son. Infeliz
es la eminencia que no se funda en la sustancia. No todos los que lo parecen
son hombres: haylos de embuste, que conciben de quimera y paren embelecos;
y hay otros sus semejantes que los apoyan y gustan más de lo incierto
que promete un embuste, por ser mucho, que de lo cierto que asegura una
verdad, por ser poco. Al cabo, sus caprichos salen mal, porque no tienen
fundamento de entereza. Sola la verdad puede dar reputación verdadera,
y la sustancia entra en provecho. Un embeleco ha menester otros muchos,
y así toda la fábrica es quimera, y como se funda en el aire
es preciso venir a tierra: nunca llega a viejo un desconcierto; el ver
lo mucho que promete basta hacerlo sospechoso, así como lo que prueba
demasiado es imposible. 176.
Saber,
o escuchar a quien sabe. Sin entendimiento no se puede vivir, o propio,
o prestado; pero hay muchos que ignoran que no saben y otros que piensan
que saben, no sabiendo. Achaques de necedad son irremediables, que como
los ignorantes no se conocen, tampoco buscan lo que les falta. Serían
sabios algunos si no creyesen que lo son. Con esto, aunque son raros los
oráculos de cordura, viven ociosos, porque nadie los consulta. No
disminuye la grandeza ni contradice a la capacidad el aconsejarse. Antes,
el aconsejarse bien la acredita. Debata en la razón para que no
le combata la desdicha. 177.
Excusar
llanezas en el trato. Ni se han de usar, ni se han de permitir. El
que se allana pierde luego la superioridad que le daba su entereza, y tras
ella la estimación. Los astros, no rozándose con nosotros,
se conservan en su esplendor. La divinidad solicita decoro; toda humanidad
facilita el desprecio. Las cosas humanas, cuanto se tienen más,
se tienen en menos, porque con la comunicación se comunican las
imperfecciones que se encubrían con el recato. Con nadie es conveniente
el allanarse: no con los mayores, por el peligro, ni con los inferiores,
por la indecencia; menos con la villanía, que es atrevida por lo
necio, y no reconociendo el favor que se le hace, presume obligación.
La facilidad es ramo de vulgaridad.
178.
Creer
al corazón. Y más cuando es de prueba. Nunca le desmienta,
que suele ser pronóstico de lo que más importa: oráculo
casero. Perecieron muchos de lo que se temían; mas )de
qué sirvió el temerlo sin el remediarlo? Tienen algunos muy
leal el corazón, ventaja del superior natural, que siempre los previene,
y toca a infelicidad para el remedio. No es cordura salir a recibir los
males, pero sí el salirles al encuentro para vencerlos. 179.
La
retentiva es el sello de la capacidad. Pecho sin secreto es carta abierta.
Donde hay fondo están los secretos profundos, que hay grandes espacios
y ensenadas donde se hundenlas
cosas de monta. Procede de un gran señorío de sí,
y el vencerse en esto es el verdadero triunfar. A tantos pagan pecho a
cuantos se descubre. En la templanza interior consiste la salud de la prudencia.
Los riesgos de la retentiva son la ajena tentativa: el contradecir para
torcer; el tirar varillas para hacer saltar aquí el atento más
cerrado. Las cosas que se han de hacer no se han de decir, y las que se
han de decir no se han de hacer. 180.
Nunca
regirse por lo que el enemigo había de hacer. El necio nunca
hará lo que el cuerdo juzga, porque no alcanza lo que conviene;
si es discreto, tampoco, porque querrá desmentirle el intento penetrado,
y aun prevenido. Hanse de discurrir las materias por entrambas partes,
y revolverse por el uno y otro lado, disponiéndolas a dos vertientes.
Son varios los dictámenes: esté atenta la indiferencia, no
tanto para lo que será cuanto para lo que puede ser. 181.
Sin
mentir, no decir todas las verdades. No hay cosa que requiera más
tiento que la verdad, que es un sangrarse del corazón. Tanto es
menester para saberla decir como para saberla callar. Piérdese con
sola una mentira todo el crédito de la entereza. Es tenido el engañado
por falto y el engañador por falso, que es peor. No todas las verdades
se pueden decir: unas porque me importan a mí, otras porque al otro.
182.
Un
grano de audacia con todos es importante cordura. Hase de moderar el
concepto de los otros para no concebir tan altamente de ellos que les tema;
nunca rinda la imaginación al corazón. Parecen mucho algunos
hasta que se tratan, pero el comunicarlos más sirvió de desengaño
que de estimación. Ninguno excede los cortos límites de hombre.
Todos tienen su
si no, unos en el ingenio, otros en el genio. La
dignidad da autoridad aparente, pocas veces la acompaña la personal,
que suele vengar la suerte la superioridad del cargo en la inferioridad
de los méritos. La imaginación se adelanta siempre y pinta
las cosas mucho más de lo que son. No sólo concibe lo que
hay, sino lo que pudiera haber. Corríjala la razón, tan desengañada
a experiencias. Pero ni la necedad ha de ser atrevida ni la virtud temerosa.
Y si a la simplicidad le valió la confianza, (cuánto
más al valer y al saber! 183.
No
aprender fuertemente. Todo necio es persuadido, y todo persuadido necio;
y cuanto más erróneo su dictamen, es mayor su tenacidad.
Aun en caso de evidencia, es ingenuidad el ceder, que no se ignora la razón
que tuvo y se conoce la galantería que tiene. Más se pierde
con el arrimamiento que se puede ganar con el vencimiento; no es defender
la verdad, sino la grosería. Hay cabezas de hierro dificultosas
de convencer, con extremo irremediable; cuando se junta lo caprichoso con
lo persuadido, cásanse indisolublemente con la necedad. El tesón
ha de estar en la voluntad, no en el juicio. Aunque hay casos de excepción,
para no dejarse perder y ser vencido dos veces: una en el dictamen, otra
en la ejecución. 184.
No
ser ceremonial, que aun en un rey la afectación en esto fue
solemnizada por singularidad. Es enfadoso el puntoso, y hay naciones tocadas
de esta delicadeza. El vestido de la necedad se cose de estos puntos, idólatras
de su honra, y que muestran que se funda sobre poco, pues se temen que
todo la pueda ofender. Bueno es mirar por el respeto, pero no sea tenido
por gran maestro de cumplimientos. Bien es verdad que el hombre sin ceremonias
necesita de excelentes virtudes. Ni se ha de afectar ni se ha de despreciar
la cortesía. No muestra ser grande el que repara en puntillos.
185.
Nunca
exponer el crédito a prueba de sola una vez, que, si no sale
bien aquella, es irreparable el daño. Es muy contingente errar una,
y más la primera. No siempre está uno de ocasión,
que por eso se dijo "estar de día". Afiance, pues, la segunda a
la primera, si se errare; y si se acertare, será la primera desempeño
de la segunda. Siempre ha de haber recurso a la mejoría, y apelación
a más. Dependen las cosas de contingencias, y de muchas, y así
es rara la felicidad del salir bien. 186.
Conocer
los defectos, por más autorizados que estén. No desconozca
la entereza el vicio, aunque se revista de brocado; corónase tal
vez de oro, pero no por eso puede disimular el yerro. No pierde la esclavitud
de su vileza aunque se desmienta con la nobleza del sujeto; bien pueden
estar los vicios realzados, pero no son realces. Ven algunos que aquel
héroe tuvo aquel accidente, pero no ven que no fue héroe
por aquello. Es tan retórico el ejemplo superior, que aun las fealdades
persuade; hasta las del rostro afectó tal vez la lisonja, no advirtiendo
que, si en la grandeza se disimulan, en la bajeza se abominan. 187.
Todo
lo favorable obrarlo por sí; todo lo odioso, por terceros. Con
lo uno se concilia la afición, con lo otro se declina la malevolencia.
Mayor gusto es hacer bien que recibirlo para grandes hombres, que es felicidad
de su generosidad. Pocas veces se da disgusto a otro sin tomarlo, o por
compasión o por repasión. Las causas superiores no obran
sin el premio o el apremio. Influya inmediatamente el bien y mediatamente
el mal. Tenga donde den los golpes del descontento, que son el odio y la
murmuración. Suele ser la rabia vulgar como la canina, que, desconociendo
la causa de su daño, revuelve contra el instrumento, y aunque este
no tenga la culpa principal, padece la pena de inmediato. 188.
Traer
que alabar. Es crédito del gusto, que indica tenerlo hecho a
lo muy bueno, y que se le debe la estimación de lo de acá.
Quien supo conocer antes la perfección, sabrá estimarla después.
Da materia a la conversación y a la imitación, adelantando
las plausibles noticias. Es un político modo de vender la cortesía
a las perfecciones presentes. Otros, al contrario, traen siempre que vituperar,
haciendo lisonja a lo presente con el desprecio de lo ausente. Sáleles
bien con los superficiales, que no advierten la treta del decir mucho mal
de unos con otros. Hacen política algunos de estimar más
las medianías de hoy que los extremos de ayer. Conozca el atento
estas sutilezas del llegar, y no le cause desmayo la exageración
del uno ni engreimiento la lisonja del otro; y entienda que del mismo modo
proceden en las unas partes que en las otras: truecan los sentidos y ajustánse
siempre al lugar en que se hallan.
189.
Valerse
de la privación ajena. Que si llega a deseo, es el más
eficaz torcedor. Dijeron ser nada los filósofos, y ser el todo los
políticos: estos la conocieron mejor. Hacen grada unos, para alcanzar
sus fines, del deseo de los otros. Válense de la ocasión,
y con la dificultad de la consecución irrítanle el apetito.
Prométense más del conato de la pasión que de la tibieza
de la posesión; y al paso que crece la repugnancia, se apasiona
más el deseo. Gran sutileza del conseguir el intento: conservar
las dependencias. 190.
Hallar
el consuelo en todo. Hasta de inútiles lo es el ser eternos.
No hay afán sin conorte: los necios le tienen en ser venturosos,
y también se dijo "Ventura de fea". Para vivir mucho es arbitrio
valer poco; la vasija quebrantada es la que nunca se acaba de romper, que
enfada con su durar. Parece que tiene envidia la fortuna a las personas
más importantes, pues iguala la duración con la inutilidad
de las unas y la importancia con la brevedad de las otras: faltarán
cuantos importaren y permanecerá eterno el que es de ningún
provecho, ya porque lo parece, ya porque realmente es así. Al desdichado
parece que se conciertan en olvidarle la suerte y la muerte. 191.
No
pagarse de la mucha cortesía, que es especie de engaño.
No necesitan algunos para hechizar de las yerbas de Tesalia, que con sólo
el buen aire de una gorra encantan necios, digo desvanecidos. Hacen precio
de la honra y pagan con el viento de unas buenas palabras. Quien lo promete
todo, promete nada, y el prometer es desliz para necios. La cortesía
verdadera es deuda; la afectada, engaño, y más la desusada:
no es decencia, sino dependencia. No hacen la reverencia a la persona,
sino a la fortuna; y la lisonja, no a las prendas que reconoce, sino a
las utilidades que espera.
192.
Hombre
de gran paz, hombre de mucha vida. Para vivir, dejar vivir. No sólo
viven los pacíficos, sino que reinan. Hase de oír y ver,
pero callar. El día sin pleito hace la noche soñolienta.
Vivir mucho y vivir con gusto es vivir por dos, y fruto de la paz. Todo
lo tiene a quien no se le da nada de lo que no le importa. No hay mayor
despropósito que tomarlo todo de propósito. Igual necedad
que le pase el corazón a quien no le toca, y que no le entre de
los dientes adentro a quien le importa. 193.
Atención
al que entra con la ajena por salir con la suya. No hay reparo para
la astucia como la advertencia. Al entendido, un buen entendedor. Hacen
algunos ajeno el negocio propio, y sin la contracifra de intenciones se
halla a cada paso empeñado uno en sacar del fuego el provecho ajeno
con daño de su mano. 194.
Concebir
de sí y de sus cosas cuerdamente. Y más al comenzar a
vivir. Conciben todos altamente de sí, y más los que menos
son. Suéñase cada uno su fortuna y se imagina un prodigio.
Empéñase desatinadamente la esperanza, y después nada
cumple la experiencia; sirve de tormento a su imaginación vana el
desengaño de la realidad verdadera. Corrija la cordura semejantes
desaciertos, y aunque puede desear lo mejor, siempre ha de esperar lo peor,
para tomar con ecuanimidad lo que viniere. Es destreza asestar algo más
alto para ajustar el tiro, pero no tanto que sea desatino. Al comenzar
los empleos, es precisa esta reformación de concepto, que suele
desatinar la presunción sin la experiencia. No hay medicina más
universal para todas necedades que el seso. Conozca cada uno la esfera
de su actividad y estado, y podrá regular con la realidad el concepto. 195.
Saber
estimar. Ninguno hay que no pueda ser maestro de otro en algo, ni hay
quien no exceda al que excede. Saber disfrutar a cada uno es útil
saber. El sabio estima a todos porque reconoce lo bueno en cada uno y sabe
lo que cuestan las cosas de hacerse bien. El necio desprecia a todos por
ignorancia de lo bueno y por elección de lo peor. 196.
Conocer
su estrella. Ninguno tan desvalido que no la tenga, y si es desdichado,
es por no conocerla. Tienen unos cabida con príncipes y poderosos
sin saber cómo ni por qué, sino que su misma suerte les facilitó
el favor; sólo queda para la industria el ayudarla. Otros se hallan
con la gracia de los sabios. Fue alguno más acepto en una nación
que en otra, y más bien visto en esta ciudad que en aquella. Experiméntase
también más dicha en un empleo y estado que en los otros,
y todo esto en igualdad, y aun identidad, de méritos. Baraja como
y cuando quiere la suerte. Conozca la suya cada uno, así como su
Minerva, que va el perderse o el ganarse. Sépala seguir y ayudar;
no las trueque, que sería errar el norte a que le llama la vecina
bocina.
197.
Nunca
embarazarse con necios. Eslo el que no los conoce, y más el
que, conocidos, no los descarta. Son peligrosos para el trato superficial
y perniciosos para la confidencia; y aunque algún tiempo los contenga
su recelo propio y el cuidado ajeno, al cabo hacen la necedad o la dicen;
y si tardaron, fue para hacerla más solemne. Mal puede ayudar al
crédito ajeno quien no le tiene propio. Son infelicísimos,
que es el sobrehueso de la necedad, y se pegan una y otra. Sola una cosa
tienen menos mala, y es que ya que a ellos los cuerdos no les son de algún
provecho, ellos sí de mucho a los sabios, o por noticia o por escarmiento. 198.
Saberse
trasplantar. Hay naciones que para valer se han de remudar, y más
en puestos grandes. Son las patrias madrastras de las mismas eminencias:
reina en ellas la envidia como en tierra connatural, y más se acuerdan
de las imperfecciones con que uno comenzó que de la grandeza a que
ha llegado. Un alfiler pudo conseguir estimación, pasando de un
mundo a otro, y un vidrio puso en desprecio al diamante porque se trasladó.
Todo lo extraño es estimado, ya porque vino de lejos, ya porque
se logra hecho y en su perfección. Sujetos vimos que ya fueron el
desprecio de su rincón, y hoy son la honra del mundo, siendo estimados
de los propios y extraños: de los unos porque los miran de lejos,
de los otros porque lejos. Nunca bien venerará la estatua en el
ara el que la conoció tronco en el huerto. 199.
Saberse
hacer lugar a lo cuerdo, no a lo entremetido. El verdadero camino para
la estimación es el de los méritos, y si la industria se
funda en el valor, es atajo para el alcanzar. Sola la entereza, no basta;
sola la solicitud, es indigna, que llegan tan enlodadas las cosas, que
son asco de la reputación. Consiste en un medio de merecer y de
saberse introducir.
200.
Tener
que desear, para no ser felizmente desdichado. Respira el cuerpo y
anhela el espíritu. Si todo fuere posesión, todo será
desengaño y descontento. Aun en el entendimiento siempre ha de quedar
qué saber, en que se cebe la curiosidad. La esperanza alienta: los
hartazgos de felicidad son mortales. En el premiar es destreza nunca satisfacer.
Si nada hay que desear, todo es de temer; dicha desdichada; donde acaba
el deseo, comienza el temor. 201.
Son
tontos todos los que lo parecen y la mitad de los que no lo parecen.
Alzóse con el mundo la necedad, y si hay algo de sabiduría,
es estulticia con la del cielo; pero el mayor necio es el que no se lo
piensa y a todos los otros define. Para ser sabio no basta parecerlo, menos
parecérselo: aquel sabe que piensa que no sabe, y aquel no ve que
no ve que los otros ven. Con estar todo el mundo lleno de necios, ninguno
hay que se lo piense, ni aun lo recele. 202.
Dichos
y hechos hacen un varón consumado. Hase de hablar lo muy bueno
y obrar lo muy honroso: la una es perfección de la cabeza, la otra
del corazón, y entrambas nacen de la superioridad del ánimo.
Las palabras son sombra de los hechos: son aquellas las hembras, estos
los varones. Más importa ser celebrado que ser celebrador. Es fácil
el decir y difícil el obrar. Las hazañas son la sustancia
del vivir, y las sentencias, el ornato. La eminencia en los hechos dura,
en los dichos pasa. Las acciones son el fruto de las atenciones: los unos
sabios, los otros hazañosos. 203.
Conocer
las eminencias de su siglo. No son muchas: una fénix en todo
un mundo, un Gran Capitán, un perfecto orador, un sabio en todo
un siglo, un eminente rey en muchos. Las medianías son ordinarias
en número y aprecio; las eminencias, raras en todo, porque piden
complemento de perfección, y cuanto más sublime la categoría,
más dificultoso el extremo. Muchos les tomaron los renombres de
magnos a César y Alejandro, pero en vacío, que sin los hechos
no es más la voz que un poco de aire: pocos Sénecas ha habido,
y un solo Apeles celebró la fama. 204.
Lo
fácil se ha de emprender como dificultoso, y lo dificultoso como
fácil. Allí porque la confianza no descuide, aquí
porque la desconfianza no desmaye. No es menester más para que no
se haga la cosa que darla por hecha; y, al contrario, la diligencia allana
la imposibilidad. Los grandes empeños aun no se han de pensar, basta
ofrecerse, porque la dificultad, advertida, no ocasione el reparo. 205.
Saber
jugar del desprecio. Es treta para alcanzar las cosas depreciarlas.
No se hallan comúnmente cuando se buscan, y después, al descuido,
se vienen a la mano. Como todas las de acá son sombra de las eternas,
participan de la sombra aquella propiedad, huyen de quien las sigue y persiguen
a quien las huye. Es también el desprecio la más política
venganza. Única máxima de sabios: nunca defenderse con la
pluma, que deja rastro, y viene a ser más gloria de la emulación
que castigo del atrevimiento. Astucia de indignos: oponerse a grandes hombres
para ser celebrados por indirecta, cuando no lo merecían de derecho;
que no conociéramos a muchos si no hubieran hecho caso de ellos
los excelentes contrarios. No hay venganza como el olvido, que es sepultarlos
en el polvo de su nada. Presumen, temerarios, hacerse eternos pegando fuego
a las maravillas del mundo y de los siglos. Arte de reformar la murmuración:
no hacer caso; impugnarla causa perjuicio; y si crédito, descrédito.
A la emulación, complacencia, que aun aquella sombra de desdoro
deslustra, ya que no oscurece del todo la mayor perfección. 206.
Sépase
que hay vulgo en todas partes: en la misma Corinto, en la familia más
selecta. De las puertas adentro de su casa lo experimenta cada uno. Pero
hay vulgo, y revulgo, que es peor: tiene el especial las mismas propiedades
que el común, como los pedazos del quebrado espejo, y aun más
perjudicial: habla a lo necio y censura a lo impertinente; gran discípulo
de la ignorancia, padrino de la necedad y aliado de la hablilla. No se
ha de atender a lo que dice, y menos a lo que siente. Importa conocerlo
para librarse de él, o como parte, o como objeto. Que cualquiera
necedad es vulgaridad, y el vulgo se compone de necios. 207.
Usar
del reporte. Hase de estar más sobre el caso en los acasos.
Son los ímpetus de las pasiones deslizaderos de la cordura, y allí
es el riesgo de perderse. Adelántase uno más en un instante
de furor o contento que en muchas horas de indiferencia. Corre tal vez
en breve rato para correrse después toda la vida. Traza la ajena
astuta intención estas tentaciones de prudencia para descubrir tierra,
o ánimo. Válese de semejantes torcedores de secretos, que
suelen apurar el mayor caudal. Sea contraardid el reporte, y más
en las prontitudes. Mucha reflexión es menester para que no se desboque
una pasión, y gran cuerdo el que a caballo lo es. Va con tiento
el que concibe el peligro. Lo que parece ligera la palabra al que la arroja,
le parece pesada al que la recibe y la pondera. 208.
No
morir de achaque de necio. Comúnmente, los sabios mueren faltos
de cordura; al contrario, los necios, hartos de consejo. Morir de necio
es morir de discurrir sobrado. Unos mueren porque sienten y otros viven
porque no sienten. Y así, unos son necios porque no mueren de sentimiento,
y otros lo son porque mueren de él. Necio es el que muere de sobrado
entendido. De suerte que unos mueren de entendedores y otros viven de no
entendidos; pero, con morir muchos de necios, pocos necios mueren. 209.
Librarse
de las necedades comunes. Es cordura bien especial. Están muy
validas por lo introducido, y algunos, que no se rindieron a la ignorancia
particular, no supieron escaparse de la común. Vulgaridad es no
estar contento ninguno con su suerte, aun la mayor, ni descontento de su
ingenio, aunque el peor. Todos codician, con descontento de la propia,
la felicidad ajena. También alaban los de hoy las cosas de ayer,
y los de acá las de allende. Todo lo pasado parece mejor, y todo
lo distante es más estimado. Tan necio es el que se ríe de
todo como el que se pudre de todo. 210.
Saber
jugar de la verdad. Es peligrosa, pero el hombre de bien no puede dejar
de decirla: ahí es menester el artificio. Los diestros médicos
del ánimo inventaron el modo de endulzarla, que cuando toca en desengaño
es la quinta esencia de lo amargo. El buen modo se vale aquí de
su destreza: con una misma verdad lisonjea uno y aporrea otro. Hase de
hablar a los presentes en los pasados. Con el buen entendedor basta brujulear;
y cuando nada bastare entra el caso de enmudecer. Los príncipes
no se han de curar con cosas amargas, para eso es el arte de dorar los
desengaños. 211.
En
el Cielo todo es contento, en el Infierno todo es pesar. En el mundo,
como en medio, uno y otro. Estamos entre dos extremos, y así se
participa de entrambos. Altérnanse las suertes: ni todo ha de ser
felicidad, ni todo adversidad. Este mundo es un cero: a solas, vale nada;
juntándolo con el Cielo, mucho. La indiferencia a su variedad es
cordura, ni es de sabios la novedad. Vase empeñando nuestra vida
como en comedia, al fin viene a desenredarse. Atención, pues, al
acabar bien. 212.
Reservarse
siempre las últimas tretas del arte. Es de grandes maestros,
que se valen de su sutileza en el mismo enseñarla. Siempre ha de
quedar superior, y siempre maestro. Hase de ir con arte en comunicar el
arte; nunca se ha de agotar la fuente del enseñar, así como
ni la del dar. Con eso se conserva la reputación y la dependencia.
En el agradar y en el enseñar se ha de observar aquella gran lección
de ir siempre cebando la admiración y adelantando la perfección.
El retén en todas las materias fue gran regla de vivir, de vencer,
y más en los empleos más sublimes. 213.
Saber
contradecir. Es gran treta del tentar, no para empeñarse, sino
para empeñar. Es el único torcedor, el que hace saltar los
afectos. Es un vomitivo para los secretos la tibieza en el creer, llave
del más cerrado pecho. Hácese con grande sutileza la tentativa
doble de la voluntad y del juicio. Un desprecio sagaz de la misteriosa
palabra del otro da caza a los secretos más profundos, y valos con
suavidad bocadeando hasta traerlos a la lengua y a que den en las redes
del artificioso engaño. La detención en el atento hace arrojarse
a la del otro en el recato y descubre el ajeno sentir, que de otro modo
era el corazón inescrutable. Una duda afectada es la más
sutil ganzúa de la curiosidad para saber cuanto quisiere. Y aun
para el aprender es treta del discípulo contradecir al maestro,
que se empeña con más conato en la declaración y fundamento
de la verdad; de suerte que la impugnación moderada da ocasión
a la enseñanza cumplida. 214.
No
hacer de una necedad dos. Es muy ordinario para remendar una cometer
otras cuatro. Excusar una impertinencia con otra mayor es de casta de mentira,
o esta lo es de necedad, que para sustentarse una necesita de muchas. Siempre
del mal pleito fue peor el patrocinio; más mal que el mismo mal:
no saberlo desmentir. Es pensión de las imperfecciones dar a censo
otras muchas. En un descuido puede caer el mayor sabio, pero en dos no;
y de paso, que no de asiento. 215.
Atención
al que llega de segunda intención. Es ardid del hombre negociante
descuidar la voluntad para acometerla, que es vencida en siendo convencida.
Disimulan el intento para conseguirlo y pónese segundo para que
en la ejecución sea primero: asegúrase el tiro en lo inadvertido.
Pero no duerma la atención cuando tan desvelada la intención,
y si ésta se hace segunda para el disimulo, aquella primera para
el conocimiento. Advierta la cautela el artificio con que llega, y nótele
las puntas que va echando para venir a parar al punto de su pretensión.
Propone uno y pretende otro, y revuelven con sutileza a dar en el blanco
de su intención. Sepa, pues, lo que le concede, y tal vez convendrá
dar a entender que ha entendido. 216.
Tener
la declarativa. Es no sólo desembarazo, pero despejo en el concepto.
Algunos conciben bien y paren mal, que sin la claridad no salen a luz los
hijos del alma, los conceptos y decretos. Tienen algunos la capacidad de
aquellas vasijas que perciben mucho y comunican poco. Al contrario, otros
dicen aún más de lo que sienten. Lo que es la resolución
en la voluntad es la explicación en el entendimiento: dos grandes
eminencias. Los ingenios claros son plausibles, los confusos fueron venerados
por no entendidos, y tal vez conviene la oscuridad para no ser vulgar;
pero )cómo
harán concepto los demás de lo que les oyen, si no les corresponde
concepto mental a ellos de lo que dicen? 217.
No
se ha de querer ni aborrecer para siempre. Confiar de los amigos hoy
como enemigos mañana, y los peores; y pues pasa en la realidad,
pase en la prevención. No se han de dar armas a los tránsfugas
de la amistad, que hacen con ellas la mayor guerra. Al contrario con los
enemigos, siempre puerta abierta a la reconciliación, y sea la de
la galantería: es la más segura. Atormentó alguna
vez después la venganza de antes, y sirve de pesar el contento de
la mala obra que se le hizo. 218.
Nunca
obrar por tema, sino por atención. Toda tema es postema, gran
hija de la pasión, la que nunca obró cosa a derechas. Hay
algunos que todo lo reducen a guerrilla; bandoleros del trato, cuanto ejecutan
querrían que fuese vencimiento, no saben proceder pacíficamente.
Estos para mandar y regir son perniciosos, porque hacen bando del gobierno,
y enemigos de los que habían de hacer hijos. Todo lo quieren disponer
con traza y conseguir como fruto de su artificio; pero, en descubriéndoles
el paradojo humor, los demás luego se apuntan con ellos, procúranles
estorbar sus quimeras, y así nada consiguen. Llévanse muchos
hartazgos de enfados, y todos les ayudan al disgusto. Estos tienen el dictamen
leso, y tal vez dañado el corazón. El modo de portarse con
semejantes monstruos es huir a los antípodas, que mejor se llevará
la barbaridad de aquellos que la fiereza de estos. 219.
No
ser tenido por hombre de artificio. Aunque no se puede ya vivir sin
él. Antes prudente que astuto. Es agradable a todos la lisura en
el trato, pero no a todos por su casa. La sinceridad no dé en el
extremo de simplicidad; ni la sagacidad, de astucia. Sea antes venerado
por sabio que temido por reflejo. Los sinceros son amados, pero engañados.
El mayor artificio sea encubrirlo, que se tiene por engaño. Floreció
en el siglo de oro la llaneza, en este de yerro la malicia. El crédito
de hombre que sabe lo que ha de hacer es honroso y causa confianza, pero
el de artificioso es sofístico y engendra recelo. 220.
Cuando
no puede uno vestirse la piel del león, vístase la de la
vulpeja. Saber ceder al tiempo es exceder. El que sale con su intento
nunca pierde reputación. A falta de fuerza, destreza. Por un camino
o por otro: o por el real del valor, o por el atajo del artificio. Más
cosas ha obrado la maña que la fuerza, y más veces vencieron
los sabios a los valientes que al contrario. Cuando no se puede alcanzar
la cosa, entra el desprecio. 221.
No
ser ocasionado, ni para empeñarse, ni para empeñar. Hay
tropiezos del decoro, tanto propio como ajeno, siempre a punto de necedad.
Encuéntranse con gran facilidad y rompen con infelicidad. No lo
hacen al día con cien enfados. Tienen el humor al repelo, y así
contradicen a cuantos y cuanto hay. Calzáronse el juicio al revés,
y así todo lo reprueban. Pero los mayores tentadores de la cordura
son los que nada hacen bien y de todo dicen mal, que hay muchos monstruos
en el extendido país de la impertinencia. 222.
Hombre
detenido, evidencia de prudente. Es fiera la lengua, que si una vez
se suelta, es muy dificultosa de poderse volver a encadenar. Es el pulso
del alma por donde conocen los sabios su disposición. Aquí
pulsan los atentos el movimiento del corazón. El mal es que el que
había de serlo más, es menos reportado. Excúsase el
sabio enfados y empeños, y muestra cuán señor es de
sí. Procede circunspecto, Jano en la equivalencia, Argos en la verificación.
Mejor Momo hubiera echado menos los ojos en las manos que la ventanilla
en el pecho. 223.
No
ser muy individuado, o por afectar, o por no advertir. Tienen algunos
notable individuación, con acciones de manía, que son más
defectos que diferencias. Y así como algunos son muy conocidos por
alguna singular fealdad en el rostro, así estos por algún
exceso en el porte. No sirve el individuarse sino de nota, con una impertinente
especialidad que conmueve alternativamente en unos la risa, en otros el
enfado. 224.
Saber
tomar las cosas. Nunca al repelo, aunque vengan. Todas tienen haz y
envés. La mejor y más favorable, si se toma por el corte,
lastima. Al contrario, la más repugnante defiende, si por la empuñadura.
Muchas fueron de pena que, si se consideraran las conveniencias, fueran
de contento. En todo hay convenientes e inconvenientes: la destreza está
en saber topar con la comodidad. Hace muy diferentes visos una misma cosa
si se mira a diferentes luces: mírese por la de la felicidad. No
se han de trocar los frenos al bien y al mal. De aquí procede que
algunos en todo hallan el contento, y otros el pesar. Gran reparo contra
los reveses de la fortuna, y gran regla de vivir para todo tiempo y para
todo empleo. 225.
Conocer
su defecto rey. Ninguno vive sin él, contrapeso de la prenda
relevante; y si le favorece la inclinación, apodérase a lo
tirano. Comience a hacerle la guerra, publicando el cuidado contra él,
y el primer paso sea el manifiesto, que en siendo conocido, será
vencido, y más si el interesado hace el concepto de él como
los que notan. Para ser señor de sí es menester ir sobre
sí. Rendido este cabo de imperfecciones, acabarán todas. 226.
Atención
a obligar. Los más no hablan ni obran como quien son, sino como
les obligan. Para persuadir lo malo cualquiera sobra, porque lo malo es
muy creído, aunque tal vez increíble. Lo más y lo
mejor que tenemos depende de respeto ajeno. Conténtanse algunos
con tener la razón de su parte; pero no basta, que es menester ayudarla
con la diligencia. Cuesta a veces muy poco el obligar, y vale mucho. Con
palabras se compran obras. No hay alhaja tan vil en esta gran casa del
universo, que una vez al año no sea menester; y aunque valga poco,
hará gran falta. Cada uno habla del objeto según su afecto. 227.
No
ser de primera impresión. Cásanse algunos con la primera
información, de suerte que las demás son concubinas, y como
se adelanta siempre la mentira, no queda lugar después para la verdad.
Ni la voluntad con el primer objeto, ni el entendimiento con la primera
proposición se han de llenar, que es cortedad de fondo. Tienen algunos
la capacidad de vasija nueva, que el primer olor la ocupa, tanto del mal
licor como del bueno. Cuando esta cortedad llega a conocida, es perniciosa,
que da pie a la maliciosa industria. Previénense los malintencionados
a teñir de su color la credulidad. Quede siempre lugar a la revista:
guarde Alejandro la otra oreja para la otra parte. Quede lugar para la
segunda y tercera información. Arguye incapacidad el impresionarse,
y está cerca del apasionarse. 228.
No
tener voz de mala voz. Mucho menos tener tal opinión, que es
tener fama de contrafamas. No sea ingenioso a costa ajena, que es más
odioso que dificultoso. Vénganse todos de él, diciendo mal
todos de él; y como es solo y ellos muchos, más presto será
él vencido que convencidos ellos. Lo malo nunca ha de contentar,
pero ni comentarse. Es el murmurador para siempre aborrecido, y aunque
a veces personajes grandes atraviesen con él, será más
por gusto de su fisga que por estimación de su cordura. Y el que
dice mal siempre oye peor. 229.
Saber
repartir su vida a lo discreto: no como se vienen las ocasiones, sino
por providencia y delecto. Es penosa sin descansos, como jornada larga
sin mesones. Hácela dichosa la variedad erudita. Gástese
la primera estancia del bello vivir en hablar con los muertos: nacemos
para saber y sabernos, y los libros con fidelidad nos hacen personas. La
segunda jornada se emplee con los vivos: ver y registrar todo lo bueno
del mundo; no todas las cosas se hallan en una tierra; repartió
los dotes el Padre universal, y a veces enriqueció más la
fea. La tercera jornada sea toda para sí: última felicidad,
el filosofar. 230.
Abrir
los ojos con tiempo. No todos los que ven han abierto los ojos, ni
todos los que miran ven. Dar en la cuenta tarde no sirve de remedio, sino
de pesar. Comienzan a ver algunos cuando no hay qué: deshicieron
sus casas y sus cosas antes de hacerse ellos. Es dificultoso dar entendimiento
a quien no tiene voluntad, y más dar voluntad a quien no tiene entendimiento.
Juegan con ellos los que les van alrededor como con ciegos, con risa de
los demás. Y porque son sordos para oír, no abren los ojos
para ver. Pero no falta quien fomenta esta insensibilidad, que consiste
su ser en que ellos no sean. Infeliz caballo cuyo amo no tiene ojos: mal
engordará. 231.
Nunca
permitir a medio hacer las cosas. Gócense en su perfección.
Todos los principios son informes, y queda después la imaginación
de aquella deformidad: la memoria de haberlo visto imperfecto no lo deja
lograr acabado. Gozar de un golpe el objeto grande, aunque embaraza el
juicio de las partes, de por sí adecua el gusto. Antes de ser todo
es nada, y en el comenzar a ser se está aun muy dentro de su nada.
El ver guisar el manjar más regalado sirve antes de asco que de
apetito. Recátese, pues, todo gran maestro de que le vean sus obras
en embrión. Aprenda de la naturaleza a no exponerlas hasta que puedan
parecer. 232.
Tener
un punto de negociante. No todo sea especulación, haya también
acción. Los muy sabios son fáciles de engañar, porque
aunque saben lo extraordinario, ignoran lo ordinario del vivir, que es
más preciso. La contemplación de las cosas sublimes no les
da lugar para las manuales; y como ignoran lo primero que habían
de saber, y en que todos parten un cabello, o son admirados o son tenidos
por ignorantes del vulgo superficial. Procure, pues, el varón sabio
tener algo de negociante, lo que baste para no ser engañado, y aun
reído. Sea hombre de lo agible, que aunque no es lo superior, es
lo más preciso del vivir. )De
qué sirve el saber, si no es práctico? Y el saber vivir es
hoy el verdadero saber. 233.
No
errarle el golpe al gusto, que es hacer un pesar por un placer. Con
lo que piensan obligar algunos, enfadan, por no comprehender los genios.
Obras hay que para unos son lisonja y para otros ofensa; y el que se creyó
servicio fue agravio. Costó a veces más el dar disgusto que
hubiera costado el hacer placer. Pierden el agradecimiento y el don porque
perdieron el norte del agradar. Si no se sabe el genio ajeno, mal se le
podrá satisfacer; de aquí es que algunos pensaron decir un
elogio y dijeron un vituperio, que fue bien merecido castigo. Piensan otros
entretener con su elocuencia y aporrean el alma con su locuacidad. 234.
Nunca
fiar reputación sin prendas de honra ajena. Hase de ir a la
parte del provecho en el silencio, del daño en la facilidad. En
intereses de honra siempre ha de ser el trato de compañía,
de suerte que la propia reputación haga cuidar de la ajena. Nunca
se ha de fiar, pero si alguna vez, sea con tal arte, que pueda ceder la
prudencia a la cautela. Sea el riesgo común y recíproca la
causa para que no se le convierta en testigo el que se reconoce partícipe. 235.
Saber
pedir. No hay cosa más dificultosa para algunos ni más
fácil para otros. Hay unos que no saben negar; con éstos
no es menester ganzúa. Hay otros que el No es su primera
palabra a todas horas; con estos es menester la industria. Y con todos,
la sazón: un coger los espíritus alegres, o por el pasto
antecedente del cuerpo, o por el del ánimo. Si ya la atención
del reflejo que atiende no previene la sutileza en el que intenta, los
días del gozo son los del favor, que redunda del interior a lo exterior.
No se ha de llegar cuando se ve negar a otro, que está perdido el
miedo al No. Sobre tristeza no hay buen lance. El obligar de antemano
es cambio donde no corresponde la villanía. 236.
Hacer
obligación antes de lo que había de ser premio después.
Es destreza de grandes políticos. Favores antes de méritos
son prueba de hombres de obligación. El favor a sí anticipado
tiene dos eminencias: que con lo pronto del que da obliga más al
que recibe. Un mismo don, si después es deuda, antes es empeño.
Sutil modo de transformar obligaciones, que la que había de estar
en el superior, para premiar, recae en el obligado, para satisfacer. Esto
se entiende con gente de obligaciones, que para hombres viles más
sería poner freno que espuela, anticipando la paga del honor. 237.
Nunca
partir secretos con mayores. Pensará partir peras y partirá
piedras. Perecieron muchos de confidentes. Son estos como cuchara de pan,
que corre el mismo riesgo después. No es favor del príncipe,
sino pecho, el comunicarlo. Quiebran muchos el espejo porque les acuerda
la fealdad. No puede ver al que le pudo ver, ni es bien visto el que vio
mal. A ninguno se ha de tener muy obligado, y al poderoso menos. Sea antes
con beneficios hechos que con favores recibidos. Sobre todo, son peligrosas
confianzas de amistad. El que comunicó sus secretos a otro hízose
esclavo de él, y en soberanos es violencia que no puede durar. Desean
volver a redimir la libertad perdida, y para esto atropellarán con
todo, hasta la razón. Los secretos, pues, ni oírlos, ni decirlos. 238.
Conocer
la pieza que le falta. Fueran muchos muy personas si no les faltara
un algo, sin el cual nunca llegan al colmo del perfecto ser. Nótase
en algunos que pudieran ser mucho si repararan en bien poco. Háceles
falta la seriedad, con que deslucen grandes prendas; a otros, la suavidad
de la condición, que es falta que los familiares echan presto menos,
y más en personas de puesto. En algunos se desea lo ejecutivo y
en otros lo reportado. Todos estos desaires, si se advirtiesen, se podrían
suplir con facilidad, que el cuidado puede hacer de la costumbre segunda
naturaleza. 239.
No
ser reagudo: más importa prudencial. Saber más de lo
que conviene es despuntar, porque las sutilezas comúnmente quiebran.
Más segura es la verdad asentada. Bueno es tener entendimiento,
pero no bachillería. El mucho discurrir ramo es de cuestión.
Mejor es un buen juicio sustancial que no discurre más de lo que
importa. 240.
Saber
usar de la necedad. El mayor sabio juega tal vez de esta pieza, y hay
tales ocasiones, que el mejor saber consiste en mostrar no saber. No se
ha de ignorar, pero sí afectar que se ignora. Con los necios poco
importa ser sabio, y con los locos cuerdo: hásele de hablar a cada
uno en su lenguaje. No es necio el que afecta la necedad, sino el que la
padece. La sencilla lo es, que no la doble, que hasta esto llega el artificio.
Para ser bienquisto, el único medio, vestirse la piel del más
simple de los brutos. 241.
Las
burlas sufrirlas, pero no usarlas. Aquello es especie de galantería,
esto de empeño. El que en la fiesta se desazona mucho tiene de bestia,
y muestra más. Es gustosa la burla; sobrado saberla sufrir, es argumento
de capacidad. Da pie el que se pica a que le repiquen. A lo mejor se han
de dejar, y lo más seguro es no levantarlas: las mayores veras nacieron
siempre de las burlas. No hay cosa que pida más atención
y destreza. Antes de comenzar se ha de saber hasta qué punto de
sufrir llegará el genio del sujeto. 242.
Seguir
los alcances. Todo se les va a algunos en comenzar, y nada acaban.
Inventan, pero no prosiguen: inestabilidad de genio. Nunca consiguen alabanza,
porque nada prosiguen; todo para en parar. Si bien nace en otros de impaciencia
de ánimo, tacha de españoles, así como la paciencia
es ventaja de los belgas. Estos acaban las cosas, aquellos acaban con ellas:
hasta vencer la dificultad sudan, y conténtanse con el vencer; no
saben llevar al cabo la victoria; prueban que pueden, mas no quieren. Pero
siempre es defecto, de imposibilidad o liviandad. Si la obra es buena, )por
qué no se acaba?; y si mala, )por
qué se comenzó? Mate, pues, el sagaz la caza, no se le vaya
todo en levantarla. 243.
No
ser todo columbino. Altérnense la calidez de la serpiente con
la candidez de la paloma. No hay cosa más fácil que engañar
a un hombre de bien. Cree mucho el que nunca miente y confía mucho
el que nunca engaña. No siempre procede de necio el ser engañado,
que tal vez de bueno. Dos géneros de personas previenen mucho los
daños: los escarmentados, que es muy a su costa, y los astutos,
que es muy a la ajena. Muéstrese tan extremada la sagacidad para
el recelo como la astucia para el enredo, y no quiera uno ser tan hombre
de bien, que ocasione al otro el serlo de mal. Sea uno mixto de paloma
y de serpiente; no monstruo, sino prodigio. 244.
Saber
obligar. Transforman algunos el favor propio en ajeno, y parece, o
dan a entender, que hacen merced cuando la reciben. Hay hombres tan advertidos,
que honran pidiendo, y truecan el provecho suyo en honra del otro. De tal
suerte trazan las cosas, que parezca que los otros les hacen servicio cuando
les dan, trastrocando con extravagante política el orden del obligar.
Por lo menos ponen en duda quién hace favor a quién. Compran
a precio de alabanzas lo mejor, y del mostrar gusto de una cosa hacen honra
y lisonja. Empeñan la cortesía, haciendo deuda de lo que
había de ser su agradecimiento. De esta suerte truecan la obligación
de pasiva en activa, mejores políticos que gramáticos. Gran
sutileza esta, pero mayor lo sería el entendérsela, destrocando
la necedad, volviéndoles su honra y cobrando cada uno su provecho. 245.
Discurrir
tal vez a lo singular y fuera de lo común. Arguye superioridad
de caudal. No ha de estimar al que nunca se le opone, que no es señal
de amor que le tenga, sino del que él se tiene. No se deje engañar
de la lisonja pagándola, sino condenándola. También
tenga por crédito el ser murmurado de algunos, y más de aquellos
que de todos los buenos dicen mal. Pésele de que sus cosas agraden
a todos, que es señal de no ser buenas, que es de pocos lo perfecto. 246.
Nunca
dar satisfacción a quien no la pedía. Y aunque se pida,
es especie de delito, si es sobrada. El excusarse antes de ocasión
es culparse, y el sangrarse en salud es hacer del ojo al mal, y a la malicia.
La excusa anticipada despierta el recelo que dormía. Ni se ha de
dar el cuerdo por entendido de la sospecha ajena, que es salir a buscar
el agravio. Entonces la ha de procurar desmentir con la entereza de su
proceder. 247.
Saber
un poco más, y vivir un poco menos. Otros discurren al contrario.
Más vale el buen ocio que el negocio. No tenemos cosa nuestra sino
el tiempo. )Dónde
vive quien no tiene lugar? Igual infelicidad es gastar la preciosa vida
en tareas mecánicas que en demasía de las sublimes; ni se
ha de cargar de ocupaciones, ni de envidia: es atropellar el vivir y ahogar
el ánimo. Algunos lo extienden al saber, pero no se vive si no se
sabe. 248.
No
se le lleve el último. Hay hombres de última información,
que va por extremos la impertinencia. Tienen el sentir y el querer de cera.
El último sella y borra los demás. Estos nunca están
ganados, porque con la misma facilidad se pierden. Cada uno los tiñe
de su color. Son malos para confidentes, niños de toda la vida;
y así, con variedad en los juicios y afectos, andan fluctuando,
siempre cojos de voluntad y de juicio, inclinándose a una y a otra
parte. 249.
No
comenzar a vivir por donde se ha de acabar. Algunos toman el descanso
al principio y dejan la fatiga para el fin. Primero ha de ser lo esencial,
y después, si quedare lugar, lo accesorio. Quieren otros triunfar
antes de pelear. Algunos comienzan a saber por lo que menos importa, y
los estudios de crédito y utilidad dejan para cuando se les acaba
el vivir. No ha comenzado a hacer fortuna el otro cuando ya se desvanece.
Es esencial el método para saber y poder vivir. 250. )Cuándo
se ha de discurrir al revés?
Cuando nos hablan a la malicia. Con algunos todo ha de ir al encontrado.
El Sí es No y el No es Sí. El
decir mal de una cosa se tiene por estimación de ella, que el que
la quiere para sí la desacredita para los otros. No todo alabar
es decir bien, que algunos, por no alabar los buenos, alaban también
los malos; y para quien ninguno es malo, ninguno será bueno. 251.
Hanse
de procurar los medios humanos como si no hubiese divinos, y los divinos
como si no hubiese humanos. Regla de gran maestro; no hay que añadir
comento. 252.
Ni
todo suyo, ni todo ajeno: es una vulgar tiranía. Del quererse
todo para sí se sigue luego querer todas las cosas para sí.
No saben estos ceder en la más mínima, ni perder un punto
de su comodidad. Obligan poco, fíanse en su fortuna, y suele falsearles
el arrimo. Conviene tal vez ser de otros para que los otros sean de él,
y quien tiene empleo común ha de ser esclavo común, o "renuncie
el cargo con la carga", dirá la vieja a Adriano. Al contrario, otros
todos son ajenos, que la necedad siempre va por demasías, y aquí
infeliz: no tienen día, ni aun hora suya, con tal exceso de ajenos,
que alguno fue llamado "el de todos". Aun en el entendimiento, que para
todos saben y para sí ignoran. Entienda el atento que nadie le busca
a él, sino su interés en él, o por él. 253.
No
allanarse sobrado en el concepto. Los más no estiman lo que
entienden, y lo que no perciben lo veneran. Las cosas, para que se estimen,
han de costar. Será celebrado cuando no fuere entendido. Siempre
se ha de mostrar uno más sabio y prudente de lo que requiere aquel
con quien trata para el concepto, pero con proporción, más
que exceso. Y si bien con los entendidos vale mucho el seso en todo, para
los más es necesario el remonte. No se les ha de dar lugar a la
censura, ocupándolos en el entender. Alaban muchos lo que, preguntados,
no saben dar razón. )Por
qué? Todo lo recóndito veneran por misterio y lo celebran
porque oyen celebrarlo. 254.
No
despreciar el mal por poco, que nunca viene uno solo. Andan encadenados,
así como las felicidades. Van la dicha y la desdicha de ordinario
adonde más hay; y es que todos huyen del desdichado y se arriman
al venturoso. Hasta las palomas, con toda su sencillez, acuden al homenaje
más blanco. Todo le viene a faltar a un desdichado: él mismo
a sí mismo, el discurso y el conorte. No se ha de despertar la desdicha
cuando duerme. Poco es un deslizar, pero síguese aquel fatal despeño,
sin saber dónde se vendrá a parar, que así como ningún
bien fue del todo cumplido, así ningún mal del todo acabado.
Para el que viene del cielo es la paciencia; para el que del suelo, la
prudencia. 255.
Saber
hacer el bien: poco, y muchas veces. Nunca ha de exceder el empeño
a la posibilidad. Quien da mucho, no da, sino que vende. No se ha de apurar
el agradecimiento, que, en viéndose imposibilitado, quebrará
la correspondencia. No es menester más para perder a muchos que
obligarlos con demasía. Por no pagar se retiran, y dan en enemigos,
de obligados. El ídolo nunca querría ver delante al escultor
que lo labró; ni el empenado, su bienhechor al ojo. Gran sutileza
del dar, que cueste poco y se desee mucho, para que se estime más. 256.
Ir
siempre prevenido: contra los descorteses, porfiados, presumidos y
todo género de necios. Encuéntranse muchos, y la cordura
está en no encontrarse con ellos. Ármese cada día
de propósitos al espejo de su atención, y así vencerá
los lances de la necedad. Vaya sobre el caso, y no expondrá a vulgares
contingencias su reputación: varón prevenido de cordura no
será combatido de impertinencia. Es dificultoso el rumbo del humano
trato, por estar lleno de escollos del descrédito; el desviarse
es lo seguro, consultando a Ulises de astucia. Vale aquí mucho el
artificioso desliz. Sobre todo, eche por la galantería, que es el
único atajo de los empeños. 257.
Nunca
llegar a rompimiento, que siempre sale de él descalabrada la
reputación. Cualquiera vale para enemigo, no así para amigo.
Pocos pueden hacer bien, y casi todos mal. No anida segura el águila
en el mismo seno de Júpiter el día que rompe con un escarabajo:
con la zarpa del declarado irritan los disimulados el fuego, que estaban
a la espera de la ocasión. De los amigos maleados salen los peores
enemigos; cargan con defectos ajenos el propio en su afición. De
los que miran, cada uno habla como siente y siente como desea, condenando
todos, o en los principios, de falta de providencia, o en los fines, de
espera; y siempre de cordura. Si fuere inevitable el desvío, sea
excusable, antes con tibieza de favor que con violencia de furor. Y aquí
viene bien aquello de una bella retirada. 258.
Buscar
quien le ayude a llevar las infelicidades. Nunca será solo,
y menos en los riesgos, que sería cargarse con todo el odio. Piensan
algunos alzarse con toda la superintendencia, y álzanse con toda
la murmuración. De esta suerte tendrá quien le excuse o quien
le ayude a llevar el mal. No se atreven tan fácilmente a dos, ni
la fortuna, ni la vulgaridad, y aun por eso el médico sagaz, ya
que erró la cura, no yerra en buscar quien, a título de consulta,
le ayude a llevar el ataúd: repártese el peso y el pesar,
que la desdicha a solas se redobla para intolerable. 259.
Prevenir
las injurias y hacer de ellas favores. Más sagacidad es evitarlas
que vengarlas. Es gran destreza hacer confidente del que había de
ser émulo, convertir en reparos de su reputación los que
la amenazaban tiros. Mucho vale el saber obligar: quita el tiempo para
el agravio el que lo ocupó con el agradecimiento. Y es saber vivir
convertir en placeres los que avían de ser pesares. Hágase
confidencia de la misma malevolencia. 260.
Ni
será ni tendrá a ninguno todo por suyo. No son bastantes
la sangre, ni la amistad, ni la obligación más apretante,
que va grande diferencia de entregar el pecho o la voluntad. La mayor unión
admite excepción; ni por eso se ofenden las leyes de la fineza.
Siempre se reserva algún secreto para sí el amigo, y se recata
en algo el mismo hijo de su padre; de unas cosas se celan con unos que
comunican a otros, y al contrario, con que se viene uno a conceder todo
y negar todo, distinguiendo los términos de la correspondencia. 261.
No
proseguir la necedad. Hacen algunos empeño del desacierto, y
porque comenzaron a errar, les parece que es constancia el proseguir. Acusan
en el foro interno su yerro, y en el externo lo excusan, con que si cuando
comenzaron la necedad fueron notados de inadvertidos, al proseguirla son
confirmados en necios. Ni la promesa inconsiderada, ni la resolución
errada inducen obligación. De esta suerte continúan algunos
su primera grosería y llevan adelante su cortedad: quieren ser constantes
impertinentes. 262.
Saber
olvidar: más es dicha que arte. Las cosas que son más
para olvidadas son las más acordadas. No sólo es villana
la memoria para faltar cuando más fue menester, pero necia para
acudir cuando no convendría: en lo que ha de dar pena es prolija
y en lo que había de dar gusto es descuidada. Consiste a veces el
remedio del mal en olvidarlo, y olvídase el remedio. Conviene, pues,
hacerla a tan cómodas costumbres, porque basta a dar felicidad o
infierno. Exceptúanse los satisfechos, que en el estado de su inocencia
gozan de su simple felicidad. 263.
Muchas
cosas de gusto no se han de poseer en propiedad. Más se goza
de ellas ajenas que propias. El primer día es lo bueno para su dueño,
los demás para los extraños. Gózanse las cosas ajenas
con doblada fruición, esto es, sin el riesgo del daño y con
el gusto de la novedad. Sabe todo mejor a privación: hasta el agua
ajena se miente néctar. El tener las cosas, a más de que
disminuye la fruición, aumenta el enfado tanto de prestarlas como
de no prestarlas. No sirve sino de mantenerlas para otros, y son más
los enemigos que se cobran que los agradecidos. 264.
No
tenga días de descuido. Gusta la suerte de pegar una burla,
y atropellará todas las contingencias para coger desapercibido.
Siempre han de estar a prueba el ingenio, la cordura y el valor; hasta
la belleza, porque el día de su confianza será el de su descrédito.
Cuando más fue menester el cuidado, faltó siempre, que el
no pensar es la zancadilla del perecer. También suele ser estratagema
de la ajena atención coger al descuido las perfecciones para el
riguroso examen del apreciar. Sábense ya los días de la ostentación,
y perdónalos la astucia, pero el día que menos se esperaba,
ése escoge para la tentativa del valer. 265.
Saber
empeñar los dependientes. Un empeño en su ocasión
hizo personas a muchos, así como un ahogo saca nadadores. De esta
suerte descubrieron muchos el valor, y aun el saber, que quedara sepultado
en su encogimiento si no se hubiera ofrecido la ocasión. Son los
aprietos lances de reputación, y puesto el noble en contingencias
de honra, obra por mil. Supo con eminencia esta lección de empeñar
la católica reina Isabela, así como todas las demás;
y a este político favor debió el Gran Capitán su renombre,
y otros muchos su eterna fama: hizo grandes hombres con esta sutileza. 266.
No
ser malo de puro bueno. Eslo el que nunca se enoja: tienen poco de
personas los insensibles. No nace siempre de indolencia, sino de incapacidad.
Un sentimiento en su ocasión es acto personal. Búrlanse luego
las aves de las apariencias de bultos. Alternar lo agrio con lo dulce es
prueba de buen gusto: sola la dulzura es para niños y necios. Gran
mal es perderse de puro bueno en este sentido de insensibilidad. 267.
Palabras
de seda, con suavidad de condición. Atraviesan el cuerpo las
jaras, pero las malas palabras el alma. Una buena pasta hace que huela
bien la boca. Gran sutileza del vivir, saber vender el aire. Lo más
se paga con palabras, y bastan ellas a desempeñar una imposibilidad.
Negóciase en el aire con el aire, y alienta mucho el aliento soberano.
Siempre se ha de llevar la boca llena de azúcar para confitar palabras,
que saben bien a los mismos enemigos. Es el único medio para ser
amable el ser apacible. 268.
Haga
al principio el cuerdo lo que el necio al fin. Lo mismo obra el uno
que el otro; sólo se diferencian en los tiempos: aquél en
su sazón y éste sin ella. El que se calzó al principio
el entendimiento al revés, en todo lo demás prosigue de ese
modo: lleva entre pies lo que había de poner sobre su cabeza; hace
siniestra de la diestra, y así es tan zurdo en todo su proceder.
Sólo hay un buen caer en la cuenta. Hacen por fuerza lo que pudieran
de grado; pero el discreto luego ve lo que se ha de hacer, tarde o temprano,
y ejecútalo con gusto y con reputación. 269.
Válgase
de su novedad, que mientras fuere nuevo, será estimado. Aplace
la novedad, por la variedad, universalmente; refréscase el gusto
y estímase más una medianía flamante que un extremo
acostumbrado. Rózanse las eminencias, y viénense a envejecer;
y advierta que durará poco esa gloria de novedad: a cuatro días
le perderán el respeto. Sepa, pues, valerse de esas primicias de
la estimación y saque en la fuga del agradar todo lo que pudiera
pretender; porque si se pasa el calor de lo reciente, resfriaráse
la pasión, y trocarse ha el agrado de nuevo en enfado de acostumbrado,
y crea que todo tuvo también su vez, y que pasó. 270.
No
condenar solo lo que a muchos agrada. Algo hay bueno, pues satisface
a tantos; y, aunque no se explica, se goza. La singularidad siempre es
odiosa; y cuando errónea, ridícula; antes desacreditará
su mal concepto que el objeto; quedarse ha solo con su mal gusto. Si no
sabe topar con lo bueno, disimule su cortedad y no condene a bulto, que
el mal gusto ordinariamente nace de la ignorancia. Lo que todos dicen,
o es, o quiere ser. 271.
El
que supiere poco, téngase siempre a lo más seguro. En
toda profesión; que aunque no le tengan por sutil, le tendrán
por fundamental. El que sabe puede empeñarse y obrar de fantasía;
pero saber poco y arriesgarse es voluntario precipicio. Téngase
siempre a la mano derecha, que no puede faltar lo asentado. A poco saber,
camino real; y a toda ley, tanto del saber como del ignorar, es más
cuerda la seguridad que la singularidad. 272.
Vender
las cosas a precio de cortesía, que es obligar más. Nunca
llegará el pedir del interesado al dar del generoso obligado. La
cortesía no da, sino que empeña, y es la galantería
la mayor obligación. No hay cosa más cara para el hombre
de bien que la que se le da: es venderla dos veces, y a dos precios, del
valor y de la cortesía. Verdad es que para el ruin es algarabía
la galantería, porque no entiende los términos del buen término. 273.
Comprehensión
de los genios con quien trata: para conocer los intentos. Conocida
bien la causa, se conoce el efecto, antes en ella y después en su
motivo. El melancólico siempre agüera infelicidades, y el maldiciente
culpas: todo lo peor se les ofrece, y no percibiendo el bien presente,
anuncian el posible mal. El apasionado siempre habla con otro lenguaje
diferente de lo que las cosas son; habla en él la pasión,
no la razón. Y cada uno, según su afecto o su humor. Y todos
muy lejos de la verdad. Sepa descifrar un semblante y deletrear el alma
en los señales. Conozca al que siempre ríe por falto, y al
que nunca por falso. Recátese del preguntador, o por fácil,
o por notante. Espere poco bueno del de mal gesto, que suelen vengarse
de la naturaleza estos, y así como ella los honró poco a
ellos, la honran poco a ella. Tanta suele ser la necedad cuanta fuere la
hermosura. 274.
Tener
la atractiva: que es un hechizo políticamente cortés.
Sirva el garabato galante más para atraer voluntades que utilidades,
o para todo. No bastan méritos si no se valen del agrado, que es
el que da la plausibilidad, el más práctico instrumento de
la soberanía. Un caer en picadura es suerte, pero socórrese
del artificio, que donde hay gran natural asienta mejor lo artificial.
De aquí se origina la pía afición, hasta conseguir
la gracia universal. 275.
Corriente,
pero no indecente. No esté siempre de figura y de enfado; es
ramo de galantería. Hase de ceder en algo al decoro para ganar la
afición común. Alguna vez puede pasar por donde los más;
pero sin indecencia, que quien es tenido por necio en público no
será tenido por cuerdo en secreto. Más se pierde en un día
genial que se ganó en toda la seriedad. Pero no se ha de estar siempre
de excepción: el ser singular es condenar a los otros; menos, afectar
melindres; déjense para su sexo: aun los espirituales son ridículos.
Lo mejor de un hombre es parecerlo; que la mujer puede afectar con perfección
lo varonil, y no al contrario. 276.
Saber
renovar el genio con la naturaleza y con el arte. De siete en siete
años dicen que se muda la condición: sea para mejorar y realzar
el gusto. A los primeros siete entra la razón; entre después,
a cada lustro, una nueva perfección. Observe esta variedad natural
para ayudarla y esperar también de los otros la mejoría.
De aquí es que muchos mudaron de porte, o con el estado, o con el
empleo; y a veces no se advierte, hasta que se ve, el exceso de la mudanza.
A los veinte años será pavón; a los treinta, león;
a los cuarenta, camello; a los cincuenta, serpiente; a los sesenta, perro;
a los setenta, mona; y a los ochenta, nada. 277.
Hombre
de ostentación. Es el lucimiento de las prendas. Hay vez para
cada una: lógrese, que no será cada día el de su triunfo.
Hay sujetos bizarros en quienes lo poco luce mucho, y lo mucho hasta admirar.
Cuando la ostentativa se junta con la eminencia, pasa por prodigio. Hay
naciones ostentosas, y la española lo es con superioridad. Fue la
luz pronto lucimiento de todo lo criado. Llena mucho el ostentar, suple
mucho y da un segundo ser a todo, y más cuando la realidad se afianza.
El cielo, que da la perfección, previene la ostentación,
que cualquiera a solas fuera violenta. Es menester arte en el ostentar:
aun lo muy excelente depende de circunstancias y no tiene siempre vez.
Salió mal la ostentativa cuando le faltó su sazón.
Ningún realce pide ser menos afectado, y perece siempre de este
desaire, porque está muy al canto de la vanidad, y ésta del
desprecio. Ha de ser muy templada porque no dé en vulgar, y con
los cuerdos está algo desacreditada su demasía. Consiste
a veces más en una elocuencia muda, en un mostrar la perfección
al descuido; que el sabio disimulo es el más plausible alarde, porque
aquella misma privación pica en lo más vivo a la curiosidad.
Gran destreza suya no descubrir toda la perfección de una vez, sino
por brújula irla pintando, y siempre adelantando; que un realce
sea empeño de otro mayor, y el aplauso del primero, nueva expectación
de los demás. 278.
Huir
la nota en todo. Que en siendo notados, serán defectos los mismos
realces. Nace esto de singularidad, que siempre fue censurada; quédase
solo el singular. Aun lo lindo, si sobresale, es descrédito; en
haciendo reparar, ofende, y mucho más singularidades desautorizadas.
Pero en los mismos vicios quieren algunos ser conocidos, buscando novedad
en la ruindad para conseguir tan infame fama. Hasta en lo entendido lo
sobrado degenera en bachillería. 279.
No
decir al contradecir. Es menester diferenciar cuándo procede
de astucia o vulgaridad. No siempre es porfía, que tal vez es artificio.
Atención, pues, a no empeñarse en la una ni despeñarse
en la otra. No hay cuidado más logrado que en espías, y contra
la ganzúa de los ánimos no hay mejor contratreta que el dejar
por dentro la llave del recato. 280.
Hombre
de ley. Está acabado el buen proceder, andan desmentidas las
obligaciones, hay pocas correspondencias buenas: al mejor servicio, el
peor galardón, a uso ya de todo el mundo. Hay naciones enteras proclives
al maltrato: de unas se teme siempre la traición; de otras, la inconstancia;
y de otras, el engaño. Sirva, pues, la mala correspondencia ajena,
no para la imitación, sino para la cautela. Es el riesgo de desquiciar
la entereza a vista del ruin proceder. Pero el varón de ley nunca
se olvida de quién es por lo que los otros son. 281.
Gracia
de los entendidos. Más se estima el tibio sí de
un varón singular que todo un aplauso común, porque regüeldos
de aristas no alientan. Los sabios hablan con el entendimiento, y así
su alabanza causa una inmortal satisfacción. Redujo el juicioso
Antígono todo el teatro de su fama a solo Zenón, y llamaba
Platón toda su escuela a Aristóteles. Atienden algunos a
sólo llenar el estómago, aunque sea de broza vulgar. Hasta
los soberanos han menester a los que escriben, y teman más sus plumas
que las feas los pinceles. 282.
Usar
de la ausencia: o para el respeto, o para la estimación. Si
la presencia disminuye la fama, la ausencia la aumenta. El que ausente
fue tenido por león, presente fue ridículo parto de los montes.
Deslústranse las prendas si se rozan, porque se ve antes la corteza
del exterior que la mucha sustancia del ánimo. Adelántase
más la imaginación que la vista, y el engaño, que
entra de ordinario por el oído, viene a salir por los ojos. El que
se conserva en el centro de su opinión conserva la reputación;
que aun la fénix se vale del retiro para el decoro, y del deseo
para el aprecio. 283.
Hombre
de inventiva a lo cuerdo. Arguye exceso de ingenio, pero )cuál
será sin el grano de demencia? La inventiva es de ingeniosos; la
buena elección, de prudentes. Es también de gracia, y más
rara, porque el elegir bien lo consiguieron muchos; el inventar bien, pocos,
y los primeros en excelencia y en tiempo. Es lisonjera la novedad, y si
feliz, da dos realces a lo bueno. En los asuntos del juicio es peligrosa
por lo paradojo; en los del ingenio, loable; y si acertadas, una y otra
plausibles. 284.
No
sea entremetido, y no será desairado. Estímese, si quisiere
que le estimen. Sea antes avaro que pródigo de sí. Llegue
deseado, y será bien recibido. Nunca venga sino llamado, ni vaya
sino embiado. El que se empeña por sí, si sale mal, se carga
todo el odio sobre sí; y si sale bien, no consigue el agradecimiento.
Es el entremetido terrero de desprecios, y por lo mismo que se introduce
con desvergüenza es tripulado en confusión. 285.
No
perecer de desdicha ajena. Conozca al que está en el lodo, y
note que le reclamará para hacer consuelo del recíproco mal.
Buscan quien les ayude a llevar la desdicha, y los que en la prosperidad
le daban espaldas, ahora la mano. Es menester gran tiento con los que se
ahogan para acudir al remedio sin peligro.
286.
No
dejarse obligar del todo, ni de todos, que sería ser esclavo
y común. Nacieron unos más dichosos que otros, aquellos para
hacer bien y estos para recibirle. Más preciosa es la libertad que
la dádiva, porque se pierde. Guste más que dependan de él
muchos que no depender él de uno. No tiene otra comodidad el mando
sino el poder hacer más bien. Sobre todo, no tenga por favor la
obligación en que se mete, y las más veces la diligenciará
la astucia ajena para prevenirle. 287.
Nunca
obrar apasionado: todo lo errará. No obre por sí quien
no está en sí, y la pasión siempre destierra la razón.
Sustituya entonces un tercero prudente, que lo será, si desapasionado:
siempre ven más los que miran que los que juegan, porque no se apasionan.
En conociéndose alterado, toque a retirar la cordura, porque no
acabe de encendérsele la sangre, que todo lo ejecutará sangriento,
y en poco rato dará materia para muchos días de confusión
suya y murmuración ajena. 288.
Vivir
a la ocasión. El gobernar, el discurrir, todo ha de ser al caso.
Querer cuando se puede, que la sazón y el tiempo a nadie aguardan.
No vaya por generalidades en el vivir, si ya no fuere en favor de la virtud,
ni intime leyes precisas al querer, que habrá de beber mañana
del agua que desprecia hoy. Hay algunos tan paradojamente impertinentes,
que pretenden que todas las circunstancias del acierto se ajusten a su
manía, y no al contrario. Mas el sabio sabe que el norte de la prudencia
consiste en portarse a la ocasión. 289.
El
mayor desdoro de un hombre: es dar muestras de que es hombre. Déjanle
de tener por divino el día que le ven muy humano. La liviandad es
el mayor contraste de la reputación. Así como el varón
recatado es tenido por más que hombre, así el liviano por
menos que hombre. No hay vicio que más desautorice, porque la liviandad
se opone frente a frente a la gravedad. Hombre liviano no puede ser de
sustancia, y más si fuere anciano, donde la edad le obliga a la
cordura. Y con ser este desdoro tan de muchos, no le quita el estar singularmente
desautorizado.
290.
Es
felicidad juntar el aprecio con el afecto: no ser muy amado para conservar
el respeto. Más atrevido es el amor que el odio; afición
y veneración no se juntan bien; y aunque, no ha de ser uno muy temido
ni muy querido. El amor introduce la llaneza, y al paso que ésta
entra, sale la estimación. Sea amado antes apreciativamente que
afectivamente, que es amor muy de personas. 291.
Saber
hacer la tentativa. Compita la atención del juicioso con la
detención del recatado: gran juicio se requiere para medir el ajeno.
Más importa conocer los genios y las propiedades de las personas
que de las yerbas y piedras. Acción es esta de las más sutiles
de la vida: por el sonido se conocen los metales y por el hablar las personas.
Las palabras muestran la entereza, pero mucho más las obras. Aquí
es menester el extravagante reparo, la observación profunda, la
sutil nota y la juiciosa crisis. 292.
Venza
el natural las obligaciones del empleo, y no al contrario. Por grande
que sea el puesto, ha de mostrar que es mayor la persona. Un caudal con
ensanches vase dilatando y ostentando más con los empleos. Fácilmente
le cogerán el corazón al que le tiene estrecho, y al cabo
viene a quebrar con obligación y reputación. Preciábase
el grande Augusto de ser mayor hombre que príncipe. Aquí
vale la alteza de ánimo, y aun aprovecha la confianza cuerda de
sí. 293.
De
la madurez. Resplandece en el exterior, pero más en las costumbres.
La gravedad material hace precioso al oro, y la moral a la persona. Es
el decoro de las prendas, causando veneración. La compostura del
hombre es la fachada del alma. No es necedad con poco meneo, como quiere
la ligereza, sino una autoridad muy sosegada. Habla por sentencias, obra
con aciertos. Supone un hombre muy hecho, porque tanto tiene de persona
cuanto de madurez. En dejando de ser niño, comienza a ser grave
y autorizado. 294.
Moderarse
en el sentir. Cada uno hace concepto según su conveniencia,
y abunda de razones en su aprehensión. Cede en los más el
dictamen al afecto. Acontece el encontrarse dos contradictoriamente y cada
uno presume de su parte la razón; mas ella, fiel, nunca supo hacer
dos caras. Proceda el sabio con refleja en tan delicado punto; y así
el recelo propio reformará la calificación del proceder ajeno.
Póngase tal vez de la otra parte; examínele al contrario
los motivos. Con esto, ni le condenará a él, ni se justificará
a sí tan a lo desalumbrado. 295.
No
hazañero, sino hazañoso. Hacen muy de los hacendados
los que menos tienen para qué. Todo lo hacen misterio, con mayor
frialdad: camaleones del aplauso, dando a todos hartazgos de risa. Siempre
fue enfadosa la vanidad, aquí reída: andan mendigando hazañas
las hormiguillas del honor. Afecte menos sus mayores eminencias. Conténtese
con hacer, y deje para otros el decir. Dé las hazañas, no
las venda; ni se han de alquilar plumas de oro para que escriban lodo,
con asco de la cordura. Aspire antes a ser heroico que a sólo parecerlo. 296.
Varón
de prendas, y majestuosas. Las primeras hacen los primeros hombres.
Equivale una sola a toda una mediana pluralidad. Gustaba aquel que todas
sus cosas fuesen grandes, hasta las usuales alhajas. (Cuánto
mejor el varón grande debe procurar que las prendas de su ánimo
lo sean! En Dios todo es infinito, todo inmenso; así en un héroe
todo ha de ser grande y majestuoso, de suerte que todas sus acciones, y
aun razones, vayan revestidas de una trascendente grandiosa majestad. 297.
Obrar
siempre como a vista. Aquel es varón remirado que mira que le
miran o que le mirarán. Sabe que las paredes oyen y que lo mal hecho
revienta por salir. Aun cuando solo, obra como a vista de todo el mundo,
porque sabe que todo se sabrá; ya mira como a testigos ahora a los
que por la noticia lo serán después. No se recataba de que
le podían registrar en su casa desde las ajenas el que deseaba que
todo el mundo le viese.
298.
Tres
cosas hacen un prodigio, y son el don máximo de la suma liberalidad:
ingenio fecundo, juicio profundo y gusto relevantemente jocundo. Gran ventaja
concebir bien, pero mayor discurrir bien, entendimiento del bueno. El ingenio
no ha de estar en el espinazo, que sería más ser laborioso
que agudo. Pensar bien es el fruto de la racionalidad. A los veinte años
reina la voluntad, a los treinta el ingenio, a los cuarenta el juicio.
Hay entendimientos que arrojan de sí luz, como los ojos del lince,
y en la mayor oscuridad discurren más; haylos de ocasión,
que siempre topan con lo más a propósito. Ofrecéseles
mucho y bien: felicísima fecundidad. Pero un buen gusto sazona toda
la vida. 299.
Dejar
con hambre. Hase de dejar en los labios aun con el néctar. Es
el deseo medida de la estimación; hasta la material sed es treta
de buen gusto picarla, pero no acabarla. Lo bueno, si poco, dos veces bueno.
Es grande la baja de la segunda vez: hartazgos de agrado son peligrosos,
que ocasionan desprecio a la más eterna eminencia. Única
regla de agradar: coger el apetito picado con el hambre con que quedó.
Si se ha de irritar, sea antes por impaciencia del deseo que por enfado
de la fruición: gústase al doble de la felicidad penada. 300.
En
una palabra, santo, que es decirlo todo de una vez. Es la virtud cadena
de todas las perfecciones, centro de las felicidades. Ella hace un sujeto
prudente, atento, sagaz, cuerdo, sabio, valeroso, reportado, entero, feliz,
plausible, verdadero y universal héroe. Tres eses hacen dichoso:
santo, sano y sabio. La virtud es el sol del mundo menor, y tiene por hemisferio
la buena conciencia; es tan hermosa, que se lleva la gracia de Dios y de
las gentes. No hay cosa amable sino la virtud, ni aborrecible sino el vicio.
La virtud es cosa de veras, todo lo demás de burlas. La capacidad
y grandeza se ha de medir por la virtud, no por la fortuna. Ella sola se
basta a sí misma. Vivo el hombre, le hace amable; y muerto, memorable. |
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