La vida es tan dinámica que pocas veces nos detenemos a vivirla realmente. Comenzamos apenas a disfrutarla en nuestra adolescencia, cuando repentinamente ya estamos trabajando donde no queremos. Acabamos en lugares equivocados y nos resignamos a seguir así por necesidad.

Casi nunca reflexionamos si de verdad somos quienes queremos ser; si estamos contentos con lo que hacemos, y mucho peor, si somos el ejemplo que deseamos para nuestros seres queridos.

En ese afán de cumplir con lo que la sociedad nos pide, estamos dejando olvidados nuestros sueños, nuestra esencia, pasando del querer ser, al deber ser.

De pequeños tenemos claro lo que nos gusta y lo que queremos ser, nuestras pasiones están desbordadas y nuestros talentos a la luz de todos, pero nadie los ve; la educación obligada se impone sobre la posibilidad de empoderarnos.