Antonio Gil, Curuzú Gil, Gauchito Gil son los nombres de personas que han pasado a formar parte del imaginario nacional. Sin embargo, frente al altar de la carretera, desde la dedicación a su figura, hubo un hombre que forjó este mito, y esta historia estableció el santuario y los creyentes.
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Antonio, un simple peón de campo, no duda en abrazar un destino de grandeza y tragedia: un encadenamiento de sucesos que lo llevan a encontrar la muerte en una intersección de caminos en las afueras de su Mercedes natal, rumbo a Goya para ser juzgado por desertor, por matrero.
Antonio, el que debe huir del pueblo porque el comisario compite con él por las atenciones de una mujer rica, un lujo que un gaucho no puede permitirse. Y el único lugar para escapar es la Guerra del Paraguay de la que deserta como una forma de valentía, para no pelear con mujeres y niños. De ahí a ser un renegado queda solo un paso; a robarle a ricos estancieros para ayudar y curar a pobres y enfermos, una corta distancia. La que lo transforma de hombre en héroe, de héroe en santo.
LEER MÁSAdriana Hartwig, abogada e historiadora correntina, retrata la vida de un hombre con un destino legendario, pero también la vida cotidiana, las costumbres y las desigualdades de la Corrientes de fines del siglo XIX.
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