
El loco andaba por ahà matando jóvenes a martillazos… Pero ¿quién ponÃa el martillo en sus manos?
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Cuando Sánchez ganó cuatrocientos veintiséis millones de pesetas en la LoterÃa Primitiva, creyó que se volvÃa loco.
Su primera reacción fue de incredulidad y estupor. Se sintió flotar en el aire, caer blandamente en un pozo muy profundo, tan blanco y luminoso que le cegaba y dolÃa en los ojos. En el periódico venÃa la clave ganadora, seis números que se correspondÃan perfectamente con los que él habÃa tachado en la papeleta, fÃjate bien, no te vayas a equivocar, y eso significaba que le habÃan tocado muchos millones, pero muchÃsimos millones, y él permanecÃa asustado, de pie frente a la barra del bar, mirando el periódico abierto y conteniendo la respiración.
LEER MÃSLe preguntó al Nando qué le debÃa por el café y los coñás, ejem, tuvo que aclararse la garganta porque no le salÃan sonidos, «como cuánto te debo», el Nando le dijo que ciento sesenta, como siempre, y él pagó, con mucho cuidado para no temblar, una moneda de cien, y otra de cincuenta, y dos duros, uno y dos, y salió a la calle con la necesidad de caminar y de que el aire le diera en el rostro.
Caminó pensando, a cada paso, «no puede ser». «No-pue-de-ser-no-pue-de-ser-no-puede-ser-no-puede-ser-no-puede-ser-no-puede-ser-no-puede-ser-no-puede-ser-no-puedes-ser».
Quiso reÃr. Le hubiera gustado eructar una carcajada violenta y enloquecida, que todos le tomaran por loco, «ja-ja-ja», pero no le salÃa. Hizo el intento, mientras caminaba más de prisa, más de prisa, «no puede ser-no puede ser-jajajá», pero no le salÃa. No tenÃa ganas de reÃr. QuerÃa hacerlo, pero no podÃa. TenÃa miedo. En realidad, tenÃa miedo.
«No-le-debo-nada-a-nadie-no-le-debo-nada-nadie, no-le-de-bo-nada-a-nadie-no-le-debo-nada-a-nadie». Eso era lo que le obsesionaba: que no le debÃa nada a nadie, que nunca nadie le hizo ningún favor, que siempre se habÃa estado arrastrando ante las miradas indiferentes de los demás, que le consideraban un pobre hombre. No le debÃa nada a nadie. Ni a doña Juana de la pensión…
La vio recogiéndole del suelo, ayudándole a ponerse en pie aquel dÃa que estaba tan borracho. Celebrando la primera vez que cobró el paro. Cuidándole el dÃa que le dieron la paliza en el bar del Nando. Y cuando estuvo enfermo y la mujer le daba el caldo a cucharadas.
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