
- Señores del mundo
- El PrÃncipe Anunciado
- El destino de los reinos
En esta tercera entrega de la serie SEÑORES DEL MUNDO, Yaluc regresa después de su aventura al otro lado de Las Montañas Blancas
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El viento del norte sopla frÃo e inclemente, trayendo densas nubes que van cubriendo toda la ciudad desde el mar. El invierno ya se despliega en toda su fuerza. Aunque al rey que se asoma a la galerÃa no le hace falta ver las nubes amenazadoras de lluvia, quizá incluso nieve, para llegar a esa conclusión. Él sólo necesita prestar atención a sus huesos que cada vez se quejan más dolorosamente de la humedad y el frÃo.
Si Andamar tenÃa hasta entonces motivos para sentirse abatido tras su regreso a Taros después de los desdichados acontecimientos del año anterior en Shimma, ahora se habÃan unido muchas más razones para su tristeza.
LEER MÃSEl alivio que supuso romper el cerco sobre la capital de Midum, permitiendo a Naadur acudir de regreso a Kynán en auxilio de Yaluc, se habÃa tornado en una nueva desgracia, la peor de todas. Porque el prÃncipe heredero no sólo no habÃa podido rescatar a su hermano, sino que yacÃa malherido tras un nuevo enfrentamiento contra Menetir lejos de Taros, incluso fuera del reino.
Estar tan lejos de su hijo hace el sufrimiento de Andamar más intenso. Su primer impulso al enterarse de que Naadur habÃa resultado gravemente herido fue acudir a su lado. Pero muy a su pesar, ha tenido que escuchar las advertencias de sus consejeros, y muy especialmente de su madre, para no moverse del Palacio de Las Nubes. Muerto el pequeño Sikander, desaparecido, y probablemente muerto también Yaluc, y herido Naadur, el trono de Kynán está más en peligro que nunca. No es pues prudente que el rey se ausente del reino. Ahora que él ha sido incluso coronado Señor del Mundo, es cuando su situación se muestra más precaria.
Todos los dÃas acude al amanecer al templo de Nin para acompañar las plegarias de los sacerdotes, y luego puntualmente ofrece un sacrificio al dios para que permita vivir a Naadur. Porque si su único hijo muere todo el esfuerzo realizado hasta entonces no habrá valido para nada. Toda la sangre y las muertes de esta interminable guerra serÃan inútiles. Él tendrÃa que volver a empezar. Construir todo de nuevo. Sabe que es su deber. Que su madre no dudarÃa ni un momento en exigÃrselo.
Pero Andamar nunca se ha sentido tan falto de energÃa como ahora. Y no es sólo por su cada vez más débil salud. Quizá haya llegado el momento de desistir. Darse por vencido. A lo mejor él nunca deberÃa haber sido rey, después de todo, y debÃa entregar el trono a su sobrino. Esos pensamientos, claro está, implican la más alta traición a su deber como rey. Por eso suplica al dios, y ha enviado órdenes especÃficas a todos los templos de todos sus reinos y señorÃos para que hagan lo mismo.
¿Y cómo se ha llegado a esta situación? Andamar medita sobre los últimos acontecimientos mientras las primeras gotas gélidas le resbalan ya por la cara. De momento no se mueve. Permanece como una estatua mirando hacia el lejano y desconocido horizonte del norte.
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